Se ha asociado frecuentemente la terminología con los campos científicos y técnicos tradicionales. No en vano en los siglos XVII-XVIII surgieron las nomenclaturas científicas, como preludio de lo que dos siglos más tarde se tomaría como base de la terminología en tanto que disciplina organizada.
La razón esencial de las nomenclaturas en ciencia era la necesidad de precisar el conocimiento científico más allá de las denominaciones existentes en las lenguas naturales. Para el especialista en medicina, por ejemplo, era necesario contar con una Nomina Anatomica que contribuyera a designar unívocamente las partes del cuerpo humano al margen de la interpretación a la que las denominaciones en una u otra lengua podían dar lugar. La terminología nacía así confundida con la nomenclatura. La necesidad de precisar de forma inequívoca la referencia a una especie botánica, a una parte de la anatomía humana o a un elemento químico condujo al científico a adoptar un sistema denominativo al margen de las lenguas naturales. Era en este sistema donde ellos encontraban la precisión rigurosa que exigía la ciencia.
La segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX fue el momento estelar de la técnica. Con la revolución industrial los nuevos artefactos de la técnica se multiplicaron extraordinariamente y se expandieron más allá de las fronteras de cada comunidad lingüística. Se estaba anunciando lo que sucedería un siglo más tarde. La expansión de la técnica supuso además la diversificación de los agentes que intervenían en su proceso de transmisión.
Pero en la comunicación técnica, a diferencia de la homogeneidad existente en la comunidad científica, participaban diferentes colectivos profesionales, cada uno con sus objetivos específicos. En el largo proceso que va desde la invención de un producto técnico hasta su comercialización y consumo aparecen implicados un número importante de colectivos: inventores, diseñadores, publicistas, comerciales, intermediarios, consumidores, etc.
Cada colectivo, con funciones específicas, tiene conocimientos distintos sobre el producto técnico en cuestión, tanto por su grado de competencia en la materia como por la priorización de unos aspectos del tema sobre otros. Así pues, la posibilidad de adoptar un lenguaje creado al margen de las lenguas para representar y transferir los conocimientos técnicos quedaba fuera de sus posibilidades. La terminología escapaba a su control. Frente a la decisión de los científicos de asegurar la precisión comunicativa mediante la acuñación de nombres científicos creados expresamente para superar las diferencias lingüísticas, los técnicos no podían monopolizar el proceso de transmisión de su temática y, por lo tanto, no podían controlar la terminología utilizada.
Para paliar este desajuste surge en el ámbito de la ingeniería una nueva propuesta: la normalización terminológica. Se trata de fijar en cada lengua una denominación única para la comunicación especializada sobre el tema. A diferencia de las nomenclaturas científicas, acuñadas sobre la base del latín, la terminología normalizada requiere un proceso de discusión y fijación de una forma denominativa en cada lengua.
Desde estas primeras iniciativas «terminológicas» hasta nuestros días la terminología ha sufrido cambios importantes.
En primer lugar, se ha pasado de una concepción asociada estrictamente a la ciencia y la técnica a la aceptación de que poseen terminología «propia» todos los campos que requieren una comunicación precisa y eficaz.
En segundo lugar se ha ampliado la tipología de los campos de trabajo terminológico. Inicialmente se consideraba que sólo los ámbitos científico-técnicos eran objeto de la terminología y que las unidades que manejaban el resto de campos no eran términos sino palabras del léxico común. Actualmente se acepta que todos los ámbitos de actividad poseen y manejan términos, si por término se entiende la unidad léxica que, en el contexto de dicho ámbito profesional, sirve para denominar específicamente las unidades de conocimiento, o conceptos, que constituyen el contenido de dicho campo. Con esta apertura sobre los contenidos, han pasado a ser ámbitos de especialidad todas las actividades económicas, comerciales, agrícolas, artesanales, deportivas o culturales.
La concepción restrictiva inicial, impuesta a la terminología por determinados planteamientos teóricos, negaba el carácter de «término» de las unidades propias de campos híbridos en los que los saberes y las prácticas se entremezclan constituyendo dominios de actividad peculiares con un objeto nuclear, aunque no constituyan por sí mismos una disciplina en el sentido tradicional.
Así, podemos hablar hoy con total propiedad de la terminología de la piedra, de la cerámica, de la moda, de la piel o del aceite de oliva, campos de los que se ha tratado en este encuentro llevado a cabo en la histórica ciudad de Baeza. Y las personas que se mueven profesionalmente en cada uno de estos campos se consideran expertos, en la misma medida en que lo son, en sus respectivos campos, los zoólogos, los botánicos o los médicos.
Si hacemos caso de la definición de la palabra «experto» del diccionario y tomamos su sentido literal de «persona entendida o hábil en la actividad que le es propia», podemos decir con propiedad que existen expertos más allá de los ámbitos científico-técnicos y que en la comunicación experta siempre se usan denominaciones precisas, tan precisas como las de la ciencia o la técnica y a veces tan desconocidas para los no expertos como los términos de cualquier materia científica.
No podemos pues restringir la terminología a los campos en los que tradicionalmente la han situado la mayoría de especialistas, si aceptamos que son términos todas las denominaciones precisas (en cuanto al conocimiento que expresan) propias de la comunicación entre expertos de un ámbito definido (aunque puedan formar parte del discurso de divulgación destinado a legos) y relativas a un ámbito de conocimiento y actividad relacionado con lo profesional. Los términos, en la nueva concepción de la terminología, se definen propiamente como aquellas unidades del léxico de las lenguas que, en un contexto temático y pragmático-discursivo determinado, activan un sentido preciso y delimitado nítidamente de otras unidades similares del mismo campo o de campos distintos. Con esta definición se recupera para los términos su condición de «lenguaje natural» separándolos de las nomenclaturas, que se han acuñado artificiosamente.
Todas las actividades especializadas, y las relacionadas con lo profesional forman parte de ellas, disponen de terminología, porque no es la temática de un dominio lo que determina que las unidades que se usan en él sean o no términos, sino las características lingüísticas de dichas unidades.
Estas características podemos agruparlas en tres apartados: características lingüísticas, características cognitivas y características pragmáticas.
Un término debe cumplir la condición lingüística de ser una unidad del léxico de una lengua natural. No son términos por lo tanto las unidades sintagmáticas como fiebre alta, a no ser que estén lexicalizadas como fiebre amarilla en medicina. No son términos las unidades inferiores al léxico como los morfemas, aunque puedan tener significado especializado, como por ejemplo la unidad morfológica -itis con el sentido de «inflamación» en medicina. Tampoco son términos las estructuras sintácticas como derogar una ley en derecho, porque no es una unidad denominativa sino enunciativa.
Las condiciones cognitivas requeridas para ser un término relacionan dos planos al mismo tiempo: el plano de la cognición, por cuanto un término representa una unidad de conocimiento, también denominada concepto, en un ámbito de conocimiento o actividad expertos, y el plano del lenguaje, por cuanto este concepto aparece asociado en forma de sentido a una unidad formal denominativa de carácter lingüístico.
Finalmente, las condiciones pragmáticas requeridas por las unidades del léxico para ser consideradas términos, se refieren a dos aspectos: por un lado, al hecho de ser utilizadas en sectores de conocimiento y actividad reconocidos social y profesionalmente y en los que se localizan individuos expertos que manejan con precisión las unidades del ámbito de comunicación, por otro lado, al hecho de manejar estas unidades con una función básicamente informativa y comunicativa y utilizarlas en registros fundamentalmente formales, dejando margen a un cierto grado de variación según el propósito comunicativo, los destinatarios o el canal de comunicación.
El trabajo terminológico práctico consiste en la recopilación, análisis e ilustración de los términos de un determinado ámbito de especialidad. Esta recopilación suele presentarse en forma de glosario u ofrecerse como base de datos informatizada. El proceso y la metodología del trabajo terminológico canónico están hoy en día perfectamente establecidos. En todo proyecto se trata de seguir cuatro fases ineludibles:
a) la definición del proyecto, que comprende la elección y delimitación del tema, el diseño del vocabulario de acuerdo con las necesidades que pretende cubrir y la caracterización de sus destinatarios.
b) La preparación del trabajo, que incluye tres actividades:
i) la primera, relativa a la adquisición de información y la creación de una base de documentos para que los terminógrafos puedan satisfacer las tres necesidades básicas de todo proyecto: adquirir conocimiento sobre el tema y confeccionar la estructura conceptual del ámbito que el glosario pretende cubrir, adquirir y seleccionar la documentación pertinente para crear el corpus de vaciado del que se extraerán los términos y sus contextos, y adquirir documentación y referencias de consulta para completar o confirmar la información de cada término (equivalentes en otras lenguas, definiciones, usos prototípicos, remisiones, etc.),
ii) la segunda, el diseño de la base de datos de acuerdo con la descripción del glosario decidida en la fase a), y
iii) la tercera, la redacción y periodización del plan a seguir.
c) La elaboración de la base de datos, que comprende también tres actividades:
i) la creación del corpus a partir de la selección de los documentos extraídos en la fase b),
ii) la exploración del corpus y la extracción de los términos,
iii) la confección de los registros terminológicos en la base de datos diseñada, con la incorporación de informaciones nuevas (equivalentes, definición, remisiones, notas de uso, etc.) y de información arrastrada desde el corpus (contextos, fórmulas de ayuda a la definición, variantes, etc.),
d) La edición del proyecto, que comprende:
i) la supervisión y compleción de todos los registros y
ii) la selección del formato de edición y del soporte más adecuado.
En los ámbitos especializados de larga tradición escrita este proceso se considera el más adecuado para llevar a cabo un proyecto de terminología, ya que mediante una buena documentación se asegura que los términos son realmente utilizados en el ámbito y que sus contextos son muestra del uso real, y con la selección de las informaciones de cada registro se asegura el principio de adecuación que todo proyecto debe cumplir: ser útil a los usuarios a quienes va destinado el proyecto y resultar eficiente para resolver sus necesidades terminológicas en relación al ámbito.
En los proyectos sobre temas de tradición escrita el proceso que acabamos de describir puede seguirse con relativa facilidad. Existen además en el mercado sistemas de gestión automática de corpus y terminología que permiten elaborar estructuradamente el proyecto a partir de la facilitación automática o semiautomática de todas y cada una de sus fases.
Caso distinto es el de la elaboración de proyectos sobre temas que no disponen de documentación escrita, para los que la transmisión oral del conocimiento experto se ha producido exclusivamente a través del canal oral. En estos casos, la utilización de tecnología que facilite el proceso de trabajo es mucho menos evidente. Los proyectos terminológicos sobre oficios o profesiones artesanales son una muestra clara de esta dificultad. En efecto, no es una tarea simple la confección de la estructura conceptual del ámbito si no la realiza un experto en el tema, ya que, al no disponer de documentación escrita, sólo a través de la observación participante y de encuestas orales podemos acceder al conocimiento sobre el tema.
Más difícil aun es la tarea si se trata de temas que representan oficios extinguidos o en fases de extinción, ya que dispondremos de pocos informantes y deberemos rehacer a partir de su discurso cómo se estructura conceptualmente cada tema. La fase correspondiente a la creación y exploración del corpus, al no existir documentación escrita, hay que substituirla por la adquisición de información terminológica a través de encuestas orales, encuestas que se asemejan a las etnográficas por cuanto intentan reconstruir el conocimiento cultural, conceptual y lingüístico sobre el tema.
La terminología pues, en tanto que disciplina centrada en el estudio de las unidades terminológicas en su interrelación cognitiva, lingüística y discursiva, se ocupa de las unidades que denominan en cada lengua los conceptos de especialidad, tanto si se trata de conceptos que componen materias de gran innovación y fuertemente internacionalizadas, como si representan campos de actividad de tradición oral y alcance muy localizado. También en estos casos es legítimo considerar términos a las unidades que usan los expertos artesanos para representar y transmitir su conocimiento.