El museo, como entidad singular que es, se articula como un espejo multiforme, y los museos, el conjunto de museos, como un calidoscopio (de la memoria) irrepetible donde se reflejan nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestros abismos. Un crisol donde se materializan unas contingencias reseñables y otras no muy edificantes, en una dinámica en la que la paradoja, la apariencia -que no siempre concuerda con la realidad- y el artificio juegan un destacado papel.
El presente trabajo se centra en cuatro componentes básicos de cualquier operación museística -espacio, objeto, sujeto y relación entre objeto y sujeto-, entendiéndolos como eslabones de una articulación mucho más compleja. Repasarlos obliga en ocasiones a utilizar un lenguaje irónico, pero ese tono no responde a un posicionamiento de sesgo negativo o pesimista por parte del autor, sino que es la consecuencia de constatar que en el mundo de los museos, junto a evidentes logros y avances, hay también muchos despropósitos. Por ello, conviene rascar un poco en sus glorias, y más en sus miserias, y hacerlo desde un punto de vista desapasionado y desprovisto de falsos voluntarismos; de lo contrario, sería fácil caer en una falsa autocomplacencia, cuando no en un error de bulto.