No podemos hablar más de la ideología sin cuestionarnos como sujetos interpelados por esta ideología misma. O podemos continuar otorgándonos el estatuto científico de una enunciación a la cual escaparíamos por privilegio científico. Es necesario aceptar ser trastornados por la ideología, en el momento en que lo denunciamos. Por mi parte, he querido remover la ideología hablando como ella, “sin vergüenza”.
Para mí, era necesario entonces abordar todo esto en un lugar privilegiado del derecho mismo. Todo jurista me comprenderá, a falta de los otros que lo ignoren, que no era una tarea fácil. Dentro del inmenso “corpus” jurídico, “todo se sostiene”, “todo” existe “por todos lados”. Para salir de esto, era necesario elaborar una demostración concreta, sobre un tema minúsculo; era necesario demostrar en un “detalle”, la coherencia de un sistema. A falta de lo cual, uno se encontraba en la trampa del derecho mismo: condenado a hablar de todo sin decir nada.