Pasos Lejanos

R EÚNO en este volumen casi toda mi poesía. Que-
R dan, sin embargo, fuera numerosos poemas del que fue mi primer libro —Si no regresas junto al portón oscuro—. En esos años, en la década de los ochenta, supe ya que el poeta tiene todos los privilegios, menos el de mentir, la frase no es mía sino del crítico y poeta Herbert Read. De Quienes rondan la niebla, excluyo sólo uno de los poemas. De Los adioses, dos. Muertes y maravillas aparece tal como lo hizo en 2004. Poco podría añadir a lo que he dicho ya en esos libros. Sé poco de las palabras, acaso que, como nosotros, vienen de muy lejos. Las últimas de estas páginas me las dictó alguien, quizás un pastor, al que, a falta de otro nombre, he llamado Joseph Uber. Suele vivir en un chozo y pastorea sus ovejas a la orilla de un río muy antiguo. Uber sabe, lo aprendió en César Vallejo, que sus huesos son ajenos, que tal vez los robó, que si él no hubiera nacido otro pobre tomara este café . Una de sus ocupaciones es pasear por aldeas semidesiertas. Oye entonces, poniendo oído a ras de tierra, al detenerse al pie de alguna casa demolida, las voces de quienes allí vivieron hace mucho y siente piedad por ellos y siente piedad por él que es de algún modo ya uno de ellos.