Un campesino se queda eternamente sentado ante las puertas de la Ley, esperando siempre un acceso continuamente pospuesto, y, deslumbrado por el resplandor que surge desde el interior, más allá de esas puertas eternamente abiertas y sin embargo obstinadamente cerradas para él, espera también la muerte. Unas puertas que sólo a él le estaban reservadas.
A partir de este relato, que Kafka despliega en una breve página, Jacques Derrida reflexiona sobre el acceso, a la vez abierto y vedado, a cualquier tipo de leyes, y especialmente sobre la ley de la verdad o de la corrección ética y política, la misma que debería, si tuviésemos acceso a ella, permitir la distinción entre lo que es literatura y lo que no lo es.