Hay un nexo en común en Mirar al agua: la intención de que todos sus relatos, los dieciséis, tengan que ver de una forma u otra con el arte, y en muchas ocasiones el contemporáneo, más exactamente. Así, no sólo cuenta una historia sino que propone un discurso que plantea dudas intelectuales acerca de la creación, del arte y de la propia construcción del texto.
Eso que tienes ante los ojos. ¿Quién lo ha puesto? ¿Y para qué lo han puesto? Esa forma de mirar tuya: despreocupada, por encima, ávida o curiosa, ¿quién te la ha enseñado? Nuestros ojos son nuestra primera costumbre. Los túneles por donde entran.
Ha dicho Miguel Cereceda: Uno no puede ver que no puede ver lo que no puede ver. Pero ¿podemos acceder a otra forma de mirar? ¿Existe la manera de que encontremos algo diferente, verdadero, genuino, liberador? Las artes y la literatura nos brindan, acaso, vías de conocimiento. Estos relatos quieren ser lámparas, antes que espejos que sólo repiten lo que ya nos cuentan. Buscan ser luces que limpien nuestros ojos. Despertares.