El pensamiento de María Zambrano responde a una situación en la que, como ella misma dice, «la crisis actual se extiende también a las formas literarias y de pensamiento que parecen estar agotadas para lo que se necesita». En el trasfondo de su obra hay, pues, una indudable preocupación ético-política. Su filosofar, atendiendo al orden de la necesidad, se dirigirá a lo que la filosofía, sin embargo, ha dejado en la sombra, para sacarlo del silencio y llevarlo a la luz, y en esta tarea van surgiendo circunstancias y figuras que se tejen en el proceso del pensar, presencias que han quedado incorporadas en sus escritos a modo de «huellas y signos» de su trato con muchos de sus contemporáneos.
La insistencia, a veces excesiva, en el carácter innovador e inclasificable de la obra zambraniana no facilita la valoración del sentido y el alcance de este diálogo. Se trataría, por tanto, de reparar en este aspecto esencial de su aportación: en las formas de relación que la autora mantiene con quienes, testigos como ella de nuestra historia reciente, marcaron el desarrollo de su pensamiento en condición de interlocutores con los que comparte la percepción de un horizonte vital y teórico que se desmorona, la experiencia del final de la modernidad occidental. Si hay un rasgo que identifica sus escritos es, sin duda, el compromiso con la vida y con las palabras que, «liberadas del lenguaje», hacen de su escritura un ejercicio de libertad abierto a la creación.