Con De tormentas y calmas, Miguel González Dengra establece ese cierto paralelismo entre los estados anímicos de los individuos y la fuerza de la naturaleza. A partir de las sensaciones que provocan la formación, el desarrollo y el fin de una tormenta perfecta, se acerca el autor a la reflexión que producen tanto las vivencias de los espacios naturales como las emociones y desencuentros habidos en el seno de la relación amorosa.
Así, tras el relato de un momento plácido evocado en Sol de oro, la vida se complica, nos la complicamos, en la espesa penumbra de Nublado de nácares, para, por último, hacerse expresión plena de la vitalidad de la naturaleza en Fanal de lluvia. La reflexión sobre la complejidad humana y el dolor terrible que produce el olvido reina sin tregua en Horizonte despejado, aunque, afortunadamente, la calma -en forma de manifestación amorosa- se impone en Irídea palpitancia.
Tras este camino, el autor afirma: Me queda la innata incertidumbre de hombre, / la palabra herida en el papel silente / y un montón informe de versos rotos / que en el cajón guardo para siempre.