Oconee, condado rural de los Apalaches, principio de los años cincuenta. Un antiguo territorio cheroqui está a punto de ser de nuevo arrebatado a sus legítimos pobladores: la compañía eléctrica Carolina Power ha adquirido todas las tierras del valle para construir una presa, un inmenso lago que anegará por igual granjas y cultivos. Sin embargo, una inclemente sequía castiga ese verano y el maíz y el tabaco crujen bajo los pies en los agostados surcos. El sheriff y veterano de guerra Will Alexander es el único en kilómetros a la redonda en haber pisado una universidad, pero ¿de qué sirve eso si no se es capaz de encontrar un cuerpo? El de Holland Winchester, que no regresó a casa a mediodía y cuya madre oyó un disparo en la propiedad vecina…
Un pie en el paraíso es en esencia, como todas las grandes novelas, una historia de amor y de muerte. Telúrica, elemental, resonante de parábola y símbolo, el relato se despliega ante el lector con la límpida cadencia de una prosa que, desde sus inicios, ha identificado a quien seguramente sea el máximo exponente en activo de esa peculiarísima tradición narrativa que sigue alimentando el sur de los Estados Unidos.