Vemos como ante nuestros ojos se cristaliza una forma de pensamiento que se extiende ubicua a todas las esferas y ámbitos de la vida social y política. Lo abarca todo, lo juzga todo. Es una nueva forma de pensar que fija los pará metros sobre lo que debemos pensar y cómo debemos hablar hasta en los aspectos más personales y privados de la vida. Nueva forma de pensar que es imperiosa, dogmática y no hace concesiones. Y en la que su rasgo más característico consiste en la negación de lo que hasta hace poco se consideraban verdades elementales y hasta de sentido común. Su fuerza es tal que se ve capaz de sustituir ese antiguo sentido común por uno nuevo, en poco tiempo y sin apenas oposición.
Las administraciones, el Estado con sus policías y sus leyes contribuye, y no en poca medida, a su difusión y su fuerza. Y, sin embargo, no es este su principal agente. Su poder coactivo parece hallarse más bien en el ámbito de la comunicación de masas, y muy particularmente en los medios audiovisuales. Son ellos, sobre todo, los que dictan fatuas de muerte civil sobre aquellos que no se someten a los dictados lingüísticos y valorativos establecidos. Pero ¿establecidos por quién? Y junto a esta pregunta, esta otra: ¿en qué consiste esta nueva forma de pensar?, ¿cuáles son sus rasgos más definitorios, sus características principales?