Prólogo de Ismael Martínez Biurrun
Carlos Pitillas Salvá domina el mecanismo del extrañamiento de la buena ficción inquietante, la que nos convierte en turistas perplejos dentro de nuestra cabeza. Tiempo y dolor son las dos coordenadas principales sobre las que se desarrolla esta antología. La metáfora emerge desde dos niveles distintos, pero en sincronía: desde el simbolismo de cada historia y desde la prosa poética con que todas se despliegan.
Lo más terrible de estos cuentos, incluso de los que juegan con elementos fantásticos, es que son verdad, en el sentido más profundo: tratan de los miedos reales con los que todos nos vamos a enfrentar, tarde o temprano.
Pero ¿no habíamos venido a conmocionarnos?
Entre los párrafos de estos relatos afloran ecos de Ana María Matute y sus niños tristes, de Cortázar y sus desdoblamientos fantásticos, de la lírica crepuscular de Menchu Gutiérrez, de la nostalgia futurista de Bradbury o de la crudeza íntima de Carver, pero sobre todo descubrimos a un autor honesto (y me refiero a ese tipo de honestidad que a menudo se confunde con la crueldad), dotado de una voz poética absolutamente personal, sugerente y oscura. Todo un advenimiento para los lectores tocados por el vicio de lo siniestro, quienes ya podemos unirnos a estos Ruidos humanos con nuestra silenciosa y sobrecogida ovación.