¿Es incompatible ser político y virtuoso? Este trabajo pretende devolvernos la esperanza, observando la realidad. La inmensa mayoría de nuestros representantes políticos en las distintas Administraciones estatal, autonómica y local son prudentes, pacientes, honestos, fuertes y perseverantes; les adornan cualidades como la buena educación, la asertividad, la credibilidad y el ser dignos de confianza; intentan ser leales y fieles a su conciencia sin perder la dignidad, pero, sobre todo, saben que están al servicio del bien común por encima de sus intereses personales. El autor reflexiona sobre la templanza, la paciencia, la valentía, la asertividad, la honestidad, la credibilidad, la fortaleza, la buena educación, la autoridad, la lealtad, el amor, la fidelidad a la propia conciencia y la perseverancia. Es una convocatoria a participar en la vida política, económica, social y cultural pero desarrollando nuestras virtudes y apartando nuestras miserias y debilidades.
Introducción.
Giovanni Pico della Mirandola en el “Discurso sobre la dignidad del hombre” cuenta que Dios le dijo a Adán: “¡Oh! Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuánto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas…”.
Políticos, os deseo que sepáis elegir desde la libertad, pero asumiendo vuestra responsabilidad.
En un mundo difícil, de crisis económicas, de crisis humanitarias, de crisis de civilización, donde los viejos tienen miedo a perder la pensión, donde los de mediana edad tienen miedo a perder su trabajo, donde algunos tenemos miedo a perder nuestra dignidad, donde muchos jóvenes empiezan a decir: “¡Queremos vivir como han vivido nuestros padres!” Eso nunca había pasado, pero lo vi en varias pancartas en una manifestación en París hace dos años, recuerdo las palabras, al parecer dichas por Víctor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres, para los débiles es lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes es la oportunidad. Sed hombres y mujeres de esperanza”.
En el Libro de la Sabiduría se dice: “Y cuando la inteligencia obra, ¿quién de los seres es más artista que ella? Y si uno ama la justicia, sus trabajos se tornan virtudes, porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza, y nada hay más útil para los hombres en la vida que éstas”.
Si alguien, al finalizar el Bachiller, dijera a sus padres: “¡Quiero ser político!, quizá le dirían: ‘No, hijo mío, no. Los políticos son corruptos y únicamente se preocupan de sus propios intereses. Además, quien no sirve para ser un gran profesional se mete en la política’”.
Ciertamente esta respuesta sería muy simplona, pues la inmensa mayoría de los políticos no son así. Hay de todo, como en todas las actividades del ser humano, porque la humanidad es fuerte y débil al mismo tiempo. Pero si tuviera que generalizar, diría que los políticos son hombres y mujeres que tienen por vocación el servicio público. Y pocas tareas hay más loables que el servicio al interés general, al bien común.
Quizá ser político es ser un artista. Hay equilibristas, saltimbanquis, volatineros, funambulistas. Lo mismo ocurre con los políticos.
Hay artistas domadores de leones, de tigres, de elefantes. ¡Qué valentía! No me negarán que hace falta también mucha en los políticos para mantener a raya la voracidad crematística de algunos, la agresividad verbal de otros, la cháchara inútil y la pérdida de tiempo de muchísimos otros. Pero aquí aparece la gran cuestión: ¿Quién vigila a los vigilantes?
Pero cuando se ve una buena actuación en el aire, una pirueta mortal, donde el artista se entrega, cuando se siente que el artista da lo mejor de sí, entonces los aplausos y el éxito deben ser suyos.
Hay artistas payasos, que saben reírse de sí mismos y hacer reír a los demás, y hay otros que se ponen tan serios y estirados que causan rubor, que son decadentes. En cambio, el auténtico payaso lleva la vocación en las venas. En cambio, algunos políticos son tan absurdos que, con sus decisiones, pueden hacernos llorar.
Cuidado con los artistas ilusionistas, los prestidigitadores y los reyes de la evasión. ¡¿Dónde está la pelotita?! Hacen que parezca real lo imposible, con su magia producen efectos inexplicables. El auténtico artista lo que ha hecho desaparecer lo reintegra, lo trae nuevamente a escena.
Está el Director de escena, el que dirige el circo. No es el más importante e incluso suele pasar inadvertido. ¿Se imaginan un director de escena ocupando siempre el puesto principal del escenario? ¡Qué aburrimiento! El director es el que suele dar entrada a todos los grandes artistas. Es el que sabe rodearse de los mejores, normalmente mejores que él. Desde hace mucho tiempo pienso que en la política han de estar los mejores. Quiero que gestionen los servicios públicos los mejores juristas, politólogos, economistas, ingenieros, médicos. No estoy pensando en una política de tecnócratas, pero tampoco podemos montar una pléyade de ignorantes montando un espectáculo circense todos los días y los grandes asuntos, los que preocupan al pueblo, sin resolver.
Hay que devolver a los jóvenes el amor a la buena política. Han de pensar en el servicio al bien común. Es casi una obligación despertarles esa vocación por el servicio público, por poner todo su esfuerzo, sus mejores dones en la gestión de la vida pública. Y para eso se necesita una preparación intelectual y, sobre todo, personal.
Y cuando nos encontramos con un político entregado por los demás, por su patria, por su gente, le devolvemos nuestro agradecimiento y reconocimiento. Decimos: “Como éste no hay muchos”. Pero no es verdad. Hay miles y miles de hombres y mujeres entregados por el servicio al interés general en la política, anónimos en los miles de municipios. Y cuando encontramos a un sinvergüenza, a un corrupto, decimos: “Si es que todos son iguales”. Tampoco es verdad. Todos no son iguales. Son sólo algunos, poquísimos, los que no merecen llamarse políticos, los que no son dignos de gestionar la polis.
Hemos de recuperar el amor por la política, por la gestión de lo público. Por supuesto hemos de prestigiarla para que los jóvenes sueñen con ser alcaldes, diputados e incluso ministros. Hemos de valorarla para que los más virtuosos acepten servir al bien común, al interés general, durante un tiempo. Nunca como una profesión del que no sirve para desempeñar otro oficio, siempre como un servicio a la comunidad.
Todos hemos de participar en la vida pública precisamente para llamar a los más virtuosos y para apartar a los que vociferan sin saber por qué ni para qué y sin respetar las reglas de juego que nos hemos marcado todos.
Ignacio Sánchez Cámara, en “Europa y sus bárbaros” relata las siguientes palabras del Discurso de Pericles (contenido en la “Historia de las Guerras del Peloponeso”, de Tucídides): “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender del gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las sesiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a la que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad…”.
Tras leer “Los Pilares de Europa” de José Ramón Ayllón, echo de menos políticos y líderes adornados de virtudes como la prudencia, la templanza, la lealtad, la educación, la conciencia por encima del propio interés, el asumir lo mejor del otro, el rodearse de los mejores en la gestión del interés público.