Él y Ella pasan las tardes en un café, y se acompañan a menudo de novelas que leen de manera compartida, en voz alta. Pero en esta ocasión uno de ellos acude a la cita con una tableta que contiene un inusitado videojuego. En lugar de leer, esta tarde deciden afrontar el reto y se internan en el laberinto que representa el juego virtual. ¿Qué ocurriría si este soporte nos ofreciera la posibilidad de introducirnos en una historia estrictamente literaria? ¿Seríamos coautores de la misma, coprotagonistas, lectores interconectados?.
Pues bien, es lo que encontraremos en Pequeño laberinto armónico. A partir de un sencillo videojuego nos introduciremos en el desarrollo de una historia literaria que irá alimentándose a sí misma, progresando sorprendentemente y siguiendo la estructura poética propia de los laberintos. En busca de la redentora imaginación —que en la ciudad de Eulalia ha sido anulada por la invasión de los insectos—, protagonizaremos un viaje fortuito por las estancias elegidas del laberinto, saltando —pues la magia de la fantasía así lo permite— desde una pequeña ciudad del norte de España, llamada Eulalia, hasta Praga; desde la capital de Bohemia nos trasladaremos a Ámsterdam; luego bajaremos a Sirmione, junto al Lago Garda, y después la aventura nos trasladará a las Islas Aran, en Irlanda.
Finalmente, regresaremos a la mesa del café donde Él y Ella han experimentado por sí mismos la aventura de esta novela-juego. Un periplo representado por nueve estancias que, como sucede en los juegos virtuales, habrá que ir superando para alcanzar la salida del laberinto. Acaso el triunfo.
No le demos más vueltas. Esta novela es, al mismo tiempo, el guión de un videojuego. Una novedosa y arriesgada propuesta literaria.