La historia efectiva de Nuestra ciudad comprende tanto su ideación como su producción teatral, que en cierto modo desvirtuaría una representación despojada de todo escenario y desnuda de sentimentalismo, y la posterior adaptación al medio cinematográfico y su recuperación para la lectura individual, que inevitablemente pasaba por la traducción a otras lenguas.
Thornon Wilder sabía que pertenecía a lo que Emily Dyckinson había llamado “inmensidad” y que, además, pertenecía a esa inmensidad como un artista que reconocía al mismo tiempo “el orden, los límites, la premisas tácitas compartidas y las convenciones”; pero, como Dickinson, Wilder se había adentrado desde el principio en nuevos territorios de la escritura, percibiendo con tanta prontitud como delicadeza las manifestaciones espirituales que se iban propaganda, y no parecía llegado el momento de consolidad lo que había adquirido, marcar esos límites y establecer esas convenciones.