Las contribuciones de este volumen son relevantes para aquilatar el giro memoriográfico en la historia conceptual y la teoría de los tiempos históricos que le es inherente y, en especial, abordan la iconografía de los caídos en combate desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, que se caracteriza, con respecto a la época anterior, por la extinción del sentido trascendente de la muerte y, consecuentemente, por un progresivo anclaje intramundano de sus representaciones. El declive de la interpretación cristiana deja el camino expedito a interpretaciones políticas e ideológicas. A tal funcionalización se añade la democratización, es decir, si la simbolización prerrevolucionaria de la muerte era distinta según los órdenes sociales del más acá, tras la Revolución los monumentos funerarios se despojan de las jerarquizaciones tradicionales.
Koselleck destaca tres coincidencias entre el culto político a los muertos (las imágenes, la iconología) y el léxico socio-político (los conceptos, la semántica de la modernidad). En primer lugar, con el Siglo de la Luces la muerte violenta legítima la unidad de acción política (politización e ideologización).
En segundo lugar, «la esperanza del más allá es traspuesta a la esperanza de un futuro terrenal de la comunidad de acción política, la promesa de eternidad es temporalizada».
En tercer lugar, también los soldados desconocidos deben ser recordados. Este postulado es una consecuencia de la decisión fundamental democrática de no olvidar a nadie que ha dado su vida por todos (democratización). El soldado desconocido se torna una figura metonímica de la nación entera.