Barthe lucha aquí entre la evidencia de un silencio harpocrático y la necesidad de un ejercicio hermenéutico de dilucidación. El resultado es, inevitablemente, poético. Es entonces cuando más penetra la mirada del pintor y retratista que es Álvarez Barthe; cuando nos va descifrando a qué apuntan los grandes símbolos con los que dialoga Calzada: el caballo aprisionado que siempre indica una batalla interior, una psicomaquia; el Arlequín que refleja lo inferior del ser humano y, como el Loco del Tarot, su capacidad de transmutarse en cualquier otra cosa; el ángel que es mensajero de los niveles superiores de la existencia; la mujer asomada a la ventana que es la mediadora entre la naturaleza y el ángel; el durmiente cuyos sueños fecundan la vigilia.
Ana Sofía Pérez–Bustamante Mourier