Como nos dice Antonio Muñoz Molina en estas páginas, mucho antes de que irrumpiera la actual pasión por las cosas del campo Joaquín Araújo estaba ahí. Estaba desde hace cinco décadas, antes que nadie, antes de que lo rural hubiera conquistado el corazón de las causas no tan perdidas. Cincuenta años, toda una vida, predicando la mala nueva, pues de persistir nuestro empeño en perturbar el equilibrio medioambiental no habrá vida vivible. La de la conservación del planeta es una de las grandes revoluciones pendientes que parece no interesar a la política ni a la economía.
La revolución de Araújo consiste en dar ejemplo y mostrar que es posible vivir en armonía con el medio natural. Así nos lo cuenta entre hortalizas, cabras y árboles, muchos, plantados en los últimos años desde su granja en Extremadura. Lo hace a mano, con una caligrafía asombrosa y cotidiana voluntad de extraer de la Natura pensamientos fugaces, aforismos o poemas breves. La soledad y el silencio, el vacío o el horizonte, los árboles y el agua, los paisajes que azota el viento, los ciclos de la vida y su vivacidad, el canto de las aves y la tierra toda con sus gozos y lamentos. A esta Laudatio Naturae se han unido una docena de grandes escritores, poetas, pensadores y amigos con la intención de celebrar esta pasión común.