Hay ciudades en las cuales la belleza de su asentamiento, su apretada historia, sus gentes, sus monumentos las hacen únicas. Tienen «duende», «encanto». Son ciudades de tamaño medio, no las de millones de habitantes, sino las de miles.
Sarajevo, Berna, Granada, Liubliana… Cuando las visitas no puedes pensar en otra cosa que la suerte que tienen sus habitantes.
Aún era joven cuando el destino me dirigió a una de ellas; Cádiz. Aún vivían Pemán y Alberti. Imposible no citar la definición de Alberti sobre Cádiz: «Salada claridad».
Este libro relata los episodios autobiográficos en lo profesional que yo experimenté durante el decenio que viví en Gades. También la magnífica gente que conocí.
El capitán médico, que llega a Cádiz un lluvioso día de enero, sin embargo, no soy yo, que entonces era un internista recién casado cuya vida discurría afortunadamente de una forma monótona en una salada claridad que se fue llenando de hijos, de canas, y de experiencia. El capitán médico don Juan Salas es lo que D. Quijote a Alonso Quijano. En su más sencilla interpretación, un personaje de ficción «cosa inventada». ¿Hasta qué punto el personaje preexistente en nuestro cerebro no nos dicta su historia? ¿Hasta qué punto los personajes no buscan un autor?
