A menudo se explica la vida cotidiana en la época moderna mediante escenas de una sociedad inmóvil, adocenada y sometida al dominio del estado absoluto y de la iglesia católica, en buena medida porque en la posteridad han triunfado los discursos y representaciones que elaboraron esos mismos poderes. Pero debajo de esa realidad hegemónica, los cambios se sucedieron de manera constante y las transgresiones fueron más frecuentes que excepcionales.
Si en la vida cotidiana podemos observar como los dominados asumían -aparentemente y en determinadas prácticas- el pensamiento hegemónico de los grupos dominantes, también podemos constatar que eran capaces de desarrollar una alternativa complementaria al discurso oficial sobre asuntos tan cotidianos y dispares como la medida del tiempo, las rogativas al cielo, el precio del pan, el sexo, las fiestas, el vino, etc. Que no hubiese oposición directa no suponía que existiese un amplio consenso social, sino múltiples formas cotidianas de resistencia y de negociación.
Son infinidad los indicios que se hallan en los archivos y en la literatura impresa de la época que advierten de fisuras cotidianas que inspiraron muchos discursos morales y no menos normas. Pero si fueron numerosas las prohibiciones y las condenas referidas a comportamientos o expresiones transgresores, durante esos siglos los gobernantes también aplicaron formas de tolerancia de la costumbre.