Grandes vinos de Burdeos. Claves y secretos
En el actual mundo del vino, convendría recuperar, frente al dominio autónomo y agobiante de la técnica, el sentido griego de lo poético como creación; frente al tecno-vino, urge reivindicar vinos poéticos, vinos creativos, capaces de provocar emociones insólitas y singulares; frente a la ola de uniformidad y estandarización que nos invade, es preciso reclamar la diversificación de cepas y vinos, botellas complejas y profundas, en definitiva, vinos con personalidad. Ya en el siglo XVII, escribía el filósofo inglés John Locke a propósito del Cháteau Haut-Brion: “La calidad del vino proviene de este terroir preciso”. Y estaba en lo cierto. La base primordial de los grandes vinos estriba en la excelencia del terruño del que proceden. Por eso, la voluntad de respeto y fidelidad al terroir es la vía más segura para garantizar la peculiaridad de un vino y para enriquecer la oferta vinícola.
Los grandes vinos de Burdeos siguen siendo una referencia indispensable en este sentido. Con sus 122.000 hectáreas, el viñedo bordelés tiene una dimensión considerable: es mayor en extensión, por ejemplo, que el conjunto del viñedo australiano. Esta amplia superficie vitícola se articula en torno a tres ejes fluviales (el Garona, el Dordoña y la Gironda), siendo sin duda las zonas más nobles y relevantes Pomerol y Saint-Emilion en la rive droite (ribera derecha del Dordoña), y de norte a sur, Médoc, Pessac-Léognan y Graves, Sauternes y Barsac, en la rive gauche (ribera izquierda de la Gironda y el Garona). Son los vinos de estas denominaciones de los que trata el presente libro, sobre todo, de los vinos del Médoc, la apelación clásica por antonomasia y la que alberga los crus classés de la clasificación de 1855, a excepción del Cháteau Haut-Brion. Conocer sobre el terreno cualquiera de sus famosas comunas (Margaux, Pauillac, Saint-Julien, etc.) resulta siempre una experiencia inigualable.