Las autoridades se ven obligadas en el futuro próximo de la tardopostverdad a llevar a cabo un intento desesperado por tratar de garantizar los contornos de la realidad. Todo empieza nacionalizando Internet y creando a través de la Ley de Defensa de la Realidad un Organismo que luche y haga frente a los bulos, a la tiranía de los algoritmos, a los rumores que matan y aniquilan honores de artistas inexistentes, a las técnicas «deep fake» de manipulación de imagen y videos…
La nueva ley obliga a dilucidar problemas éticos como la aprobación o no de robots humanizados que —desbordando la vertiente sexual— se conviertan en un sustituto de los humanos como objeto del amor. Uno de los elementos más controvertidos será la conexión a máquinas que abran la puerta a posibles viajes mentales hacia los recuerdos, permitiendo así a cada persona vivir instalado en los instantes más felices de su existencia pasada.
Tales dilemas éticos y vitales —que cuestionan el diseño del mundo que realizó Dios en siete días— se repasan a través de la trayectoria de un ex Presidente del Gobierno ilocalizable y de las incógnitas que derivan de su desaparición.