La vocación de filósofo la siente con más fuerza quien plantea preguntas radicales. VA filósofo no pregunta de dónde viene el calor que hoy tenemos, sino de dónde viene, en última instancia, el calor: no pregunta para que elijo ser zapatero y no sastre, sino para qué elijo una profesión, y si lo hago para poder vivir, entonces pregunta para qué vivo; no pregunta cómo sé que lloverá sino cómo se que hay nubes en el cielo, cuando yo simplemente veo que están allí: no pregunta si he entendido las insinuaciones del cabaretista, sino cómo puedo comprender lo que quiere decir el guarda de tren que se dirige a mí y me dice: «su pasaje, por favor», o lo que quiere decir mi vecino con las palabras «buenos días».
Los filósofos que no encuentran una última causa pueden dudar de que algo suceda en realidad; si no encuentran ningún sentido de la vida, dicen con ligere/a que aquélla carece de sentido: si no pueden justificar nuestro saber, sostienen entonces que no sabemos nada; si no encuentran ningún puente entre el lenguaje, el mundo y el espíritu, dudan de que los hombres puedan lograr algún tipo de comprensión recíproca.