“España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura.”
Este verso marcó la vida de muchos de los soldados que se enrolaron en los Tercios y que combatieron en la llamada Guerra de los 80 años. Sin embargo, la Monarquía Hispánica bien pudo haber acabado con la rebelión de las Provincias Unidas de haber llevado a cabo uno de los principios básicos de la estrategia: la concentración de fuerzas. Felipe II adoleció del mal de la dispersión, no por simultanear proyectos, si no por ser incapaz de finalizar uno antes de comenzar el siguiente.
La victoria en Flandes nunca estuvo tan cerca como durante el gobierno de Alejandro Farnesio, duque de Parma. Sin embargo, justo en el momento en que la guerra estaba encauzada, al de Parma le llegaron órdenes de abandonar las operaciones para participar en el proyecto de la Grande y Felicísima Armada –la invasión de Inglaterra–, una campaña en la que perdió la fe rápidamente y así se lo manifestó al Rey prudente.
Tras el fracaso de la Gran Armada, Farnesio se vio obligado a embarcarse en otro proyecto del que no era partidario, el apoyo a la Liga Católica en las Guerras de religión de Francia. Hastiado y traicionado por intrigas palaciegas, el duque fallecerá antes de su conclusión, perdiéndose definitivamente la posibilidad de la victoria en Flandes.