Kierkegaard constituyó uno de los pilares fundamentales del pensamiento ético de Luigi Pareyson, uno de los fundadores de la hermenéutica filosófica, que definió como «ontológica y existencial». Efectivamente, la relación que establece el pensador danés entre tiempo y eternidad, así como entre experiencia moral y experiencia religiosa, son asumidas por Pareyson desde una perspectiva hermenéutica, pues estas relaciones permiten concebir una historia abierta al futuro y una ética «transvalo-rada», que afirman la coexistencia de novedad y conquista, innovación y conservación, exigencia y juicio, decisión y validación; en suma, el nacimiento de la obra humana y de la persona como singular único e irreductible a ninguna abstracción, noción central tanto del personalismo como de la conocida estética de la formatividad de Pareyson.
En estas páginas, que recorren de manera profunda y fiel (y, osamos añadir, exhaustiva) el itinerario del pensamiento ético de Kierke-gaard, el autor reflexiona, con mirada penetran-te y una óptica original, sobre algunos de los más interesantes aciertos del filósofo danés en relación a la ética. Destaca su particular concepción de la relación entre subjetividad y objetividad; en contra de la visión hegeliana, para Kierkegaard, la primera «no consiste en el culto de la originalidad o de la excepcionali-dad», sino en «la consciente y responsable elección de sí como tarea para sí mismo (…). El cristianismo y la moral no son cuestiones de genialidad ni de originalidad, sino que son accesibles al hombre más simple». Más aun, en este punto de vista es notable observar cómo Kierkegaard, que ha sido el gran defensor del «singular», es decir, del carácter irrepetible e irreductible de la persona, precisamente por eso ha sido también el gran defensor del «hombre más simple». En él, la exaltación del «singular» y la del «hombre más simple» van incluso al mismo paso y proceden en proporción directa; y esto ya sea por el hecho de que el «singular» no es el genio caprichoso o la excepción arbitraria, sino que puede ser también la «personalidad más pobre (…) cuando se ha elegido a sí misma», o por el hecho de que a la masa y a la masificación le es contrario no tanto el genio más inspirado o el sabio más docto, sino sobre todo «el hombre más simple», cuya modesta pero honesta personalidad se sustrae a cualquier reducción generalizadora u objetiva.