Aunque no se suela reconocer nunca, lo que hacemos tiene que ver con dar cuenta de la absoluta indiferencia de lo real. La construcción de significados y su interpretación ante este silencio termina erigiéndose en la paradoja de la creatividad que nos condena a tener que ser creativos. Desde una disposición reductiva lo que se pretende en este ensayo es poner en evidencia el entramado de excesos significativos a los que nos está llevando un tiempo tan atravesado por la propia inflación hermenéutica, que tanto carga y lastra la peculiaridad cultural de nuestra época con cosas y con hipercosas. La disposición del libro es la de un ejercicio de resta semántica y ontológica con objeto de ver hasta dónde se puede llegar quitando, ver si nos estábamos olvidando de algo con tanta prisa, y ver qué pasa. Sabemos que la tarea de decrecimiento nunca podrá ser completa. Siempre quedará ese poco, casi nada, de nuestra presencia que nos determina como el escorzo de lo real y a lo real como escorzo.
Entendido como un ejercicio de escritura, el presente ensayo se deja dirigir por la fuerza poética de una melancolía hermenéutica en la que los excesos de la iluminación se van neutralizando con el negro más absorbente. La literatura, la filosofía, el relato cinematográfico, el arte, la antropología de la corporalidad, etc., son todos ellos discursos inflacionarios, pero que también saben muy bien lo que es el fracaso. Es por ello por lo que, sin atender a indiscriminaciones genéricas postmodernas de ningún tipo, nos pueden acompañar adecuadamente como síntesis polifónica de una sola voz en esa labor heterodoxa de resta hermenéutica. Decrecidos, reducidos, desnudados, será difícil ya renunciar a nuestras heridas porque quedan a la vista. De ellas, quizás, quepa nutrir los veneros siempre abiertos de la alegría y de la compasión.