En todo texto que trate de reflejar una historia que actualmente no es conocida existen dos momentos bien diferenciados: el del conocimiento y posteriormente el del reconocimiento.
El primero de esos momentos es el desvelamiento, con la prudencia que requiere enseñar unos hechos desconocidos, salvo para sus partícipes, que incluso pueden no darse por aludidos, sobre todo si fueron protagonistas de unos hechos dudosos. Ahí al menos cabe la oportunidad de ejercer una cierta fantasía que desdibuje aquellos hechos; pocas diferencias con las novelas, que es lo que se ofrece en las siguientes páginas. Pasado un tiempo, que dependerá de las circunstancias y los momentos, propicios o contrarios, ese desvelamiento del conocimiento, más o menos desdibujado con respecto a los protagonistas, llegará el momento del reconocimiento de esos hechos. Con toda seguridad, el autor del texto no es el director de esa orquesta qué hacia señalar lo verdadero de lo imaginado, en todo o en la mayoría de los hechos reales de la historia.
Dejamos a la imaginación de los lectores el que puedan discernir la fantasía de un relato que se atreve a levantar un pico del velo. El autor, al menos en los hechos de los que fue protagonista involuntario, expone a la luz de los curiosos lectores su propia historia. Estamos, por tanto, en el primer momento, el del conocimiento de los hechos fundamentales. Habrá que esperar, con un poco de paciencia y alguna dosis de suerte y circunstancias propicias, la constatación de lo aquí narrado con la realidad verificable de los hechos narrados. Solo adelantamos un dato muy importante, el autor y protagonista ha guardado toda su vida pruebas materiales que, en caso de necesidad, demostraría que la casi totalidad del relato es verdadera. Esa es la apuesta.