- Prólogo a la segunda edición
- 1. Introducción. Un anómalo consumo doméstico de energía eléctrica y una explicación complicada a la policía (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 2. El aspecto político. De la Declaración de Independencia del Ciberespacio al Manifiesto Criptoanarquista (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 3. El aspecto económico. La actividad bancaria es necesaria, los bancos no lo son (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 4. El aspecto tecnológico. Cómo evitar el doble gasto de un dinero digital sin una contabilidad centralizada (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 5. Blockchain 2.0: la tecnología de registro distribuido más allá de Bitcoin (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 6. Cuestiones problemáticas de blockchain (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 7. Blockchains públicas y blockchains privadas o permisionadas (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 8. Conclusión. Regulación y tecnología (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- Bibliografía
1
Introducción. Un anómalo consumo doméstico de energía eléctrica y una explicación complicada a la policía
MANUEL GONZÁLEZ-MENESES
Notario
En una noche de invierno del año 2011 la brigada de estupefacientes de la policía de Toronto en Canadá irrumpió por sorpresa en la vivienda de un anodino padre de familia, provocando el estupor del vecindario. Las sospechas contra los habitantes de la vivienda en cuestión derivaban de un anómalo consumo de electricidad que había sido registrado durante los últimos meses por la compañía eléctrica. No obstante, cuando los agentes accedieron al interior de la vivienda no se encontraron –como habían esperado– con un huerto casero de macetas de marihuana y una batería de focos halógenos encendida toda la noche. Efectivamente, en esa casa hacía mucho calor y se percibía un zumbido incesante, pero allí no se cultivaba planta alguna, sino que lo que había era un equipo informático muy potente trabajando día y noche. Y sólo a duras penas el ocupante de la vivienda consiguió explicar a los desconcertados policías que a lo que se dedicaba en sus ratos libres era a la minería de Bitcoin, que con ese equipo que consumía tanta luz lo que estaba haciendo era fabricar o «minar» bitcoins, la «criptomoneda» más conocida hasta la fecha.
En las páginas que siguen voy a intentar explicar qué es lo que exactamente estaba haciendo este ciudadano canadiense –como en estos mismos momentos muchos otros ciudadanos de los más variados lugares del mundo–, y cómo eso que está haciendo esta gente no se sabe si va a llegar a cambiar nuestras vidas –como muchos están ya diciendo–, pero sí va a afectar de forma muy intensa no solo al sistema financiero que conocemos (basado en el monopolio estatal de la creación del dinero y en la intermediación bancaria tanto en el crédito como en la mayor parte de los pagos), sino también a muchos otros sectores de la actividad económica, al funcionamiento de las administraciones públicas y a nuestro sistema legal o jurídico en su conjunto, tanto en lo relativo a los documentos públicos, los registros y el proceso –en relación con los medios de prueba utilizables en juicio–, como en el ámbito sustantivo, en cuanto al derecho de contratos y al derecho de propiedad y al tráfico de toda clase de bienes.
Y no estoy exagerando nada, pese a que cuando uno se aproxima por primera vez al mundo de Bitcoin y blockchain –como me pasó a mí hace poco tiempo– tiende a pensar que todo esto es el fruto de la fantasía de cuatro iluminados, que es algo que pertenece más bien a la ciencia ficción. De hecho, esta historia de las criptomonedas está rodeada desde sus inicios –y no parece que de forma impremeditada– de circunstancias un tanto novelescas.
El origen intelectual más inmediato de blockchain se encuentra en un trabajo de apariencia académica –un paper – de no más de nueve páginas publicado en un foro online de criptografía en el año 2008 y suscrito por un tal Satoshi Nakamoto1). Según se cuenta en la red, hace unos años la Academia Sueca se estaba planteando concederle el premio Nobel de economía al tal Satoshi Nakamoto, pero tuvo que desechar la idea, porque Satoshi Nakamoto no existe o no se sabe quién es. En realidad, es un alias, un seudónimo. «Satoshi» es una palabra japonesa que significa algo así como pensamiento claro y «Nakamoto» quizá sea un acrónimo. En cuanto a quién está detrás de este alias, se sospecha de varias personas, y algunos se han autoatribuido con mayor o menor verosimilitud esa identidad, pero no hay certeza al respecto. Incluso hay quien piensa que Nakamoto no es una persona sino varias, un grupo de ingenieros o matemáticos trabajando en equipo.
Este Nakamoto fue también el primer minero de Bitcoin y el autor de la primera transacción de bitcoins con la que comienza toda la cadena de transacciones y de bloques a la que después me referiré. Y en el encabezamiento del primer bloque –el conocido como «bloque génesis»– se transcribió un titular de la portada del periódico Times de ese día: «The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for Banks», es decir, «3 de enero de 2009, el Canciller al borde del segundo plan de rescate para los bancos». ¿Una forma como otra cualquiera de datar de manera indubitada, de aplicar un «sello de tiempo», a ese primer bloque de transacciones?, ¿o también un desafío o sarcasmo dirigido contra el sistema financiero tradicional, que en esos momentos atravesaba una de las peores crisis de su historia?
No se debe perder este dato de vista, porque la explicación de lo que estaba haciendo nuestro buen ciudadano canadiense requiere hacer referencia a tres aspectos o planos diferentes.
El primero de ellos, por supuesto, es el plano tecnológico. En definitiva, la moneda Bitcoin2) se basa en un determinado protocolo informático, y lo que se conoce como «blockchain» es precisamente ese protocolo informático que sirve de base a Bitcoin, y que hace posible la generación descentralizada, distribuida o reticular –lo que en la jerga se conoce como «peer-to-peer» o «entre pares», de usuario a usuario– de un registro universal y completo de las transacciones de esta peculiar moneda.
Y en el diseño y funcionamiento de este protocolo informático, por supuesto, entran en juego –como sucede con cualquier otra manifestación de la informática– cuestiones propias de la tecnología electrónica de tratamiento y transmisión de la información; pero, además, desempeña un papel clave esa parcela muy específica de la ciencia matemática o de la matemática aplicada que es la criptografía matemática: el empleo de funciones o algoritmos matemáticos para el cifrado o encriptación de la información.
Como es sabido, en España llamamos «ordenadores» a lo que en otros países se conoce como «computadoras», una palabra que está mucho más ligada a la función que se encuentra en el origen histórico de la informática: la función de «computación», es decir, de cálculo. Los ordenadores o computadoras nacieron como máquinas de calcular, como instrumentos para realizar de forma automática y más rápida determinadas operaciones de cálculo numérico. A ese núcleo originario se le ha ido añadiendo posteriormente todo lo demás: los procesadores de texto, el sonido, la música, las imágenes, los vídeos, los juegos, Internet, el correo electrónico, los blogs, las redes sociales… Pues bien, Bitcoin y su base técnica que es blockchain se relacionan –precisamente por su uso de la criptografía, de los algoritmos de resumen o hashing y de una peculiar «prueba de trabajo» computacional– con esa función originaria de los ordenadores como «computadoras», máquinas de calcular. Así, como luego veremos con más detalle, lo que estaba haciendo el minero de Bitcoin canadiense cuando la policía irrumpió en su casa era intentar resolver con su potente equipo de computación un peculiar problema matemático, simplemente encontrar una cifra, un número.
El segundo aspecto o plano al que tendré que referirme en mi explicación es el plano económico. ¿Por qué Bitcoin y blockchain? Pues porque con el uso de estos instrumentos se consigue o se puede conseguir –al menos en hipótesis– un importante ahorro económico, fundamentalmente por la supresión de las complicaciones y el coste que son propios de la mediación bancaria en los pagos. Pero, por supuesto, lo que pretenden los promotores de esta tecnología no es solo eludir las comisiones bancarias –lo que sería la idea de partida–, sino también todos aquellos costes asociados a la intervención de cualesquiera otros agentes que prestan servicios de intermediación, documentación, autenticación, registro e incluso resolución de conflictos en relación con toda clase de activos y de transacciones económicas que pueden ir mucho más allá de la simple realización de pagos dinerarios.
En definitiva, en este plano económico, la cuestión de la que me ocupo se relaciona con ese fenómeno conocido como «economía colaborativa», de la que cada día conocemos nuevas manifestaciones: los intercambios de viviendas vacacionales, los viajes en vehículos compartidos, el crowdfunding… Y así, ¿para qué necesitamos bancos o notarios y registradores si todos, gracias a un inteligente uso de las nuevas tecnologías, podemos llevar juntos la contabilidad del dinero de cada uno, y hacer de notarios y registradores unos de otros, peer-to-peer ? ¿Y para qué abogados y jueces, enredados en litigios interminables a nuestra costa, si nuestros contratos podrían ser inteligentes y autoejecutables, programados para transferir automáticamente activos de la cuenta de la parte incumplidora a la cuenta de la parte que sí ha cumplido, o incluso para bloquear la llave del automóvil si dejamos de pagar una de las cuotas del renting?
Pero además, en último pero no menos importante lugar, me tengo que referir a un tercer plano: el plano ideológico o político. Detrás de las criptomonedas y de blockchain encontramos una ideología un tanto difusa pero también muy característica de nuestro tiempo: la idea de que las nuevas tecnologías tienen un potencial emancipador, e incluso revolucionario, frente a un sistema social y político basado en la concentración del poder en las grandes empresas multinacionales y en unos Estados de los que se habrían apoderado unas élites corruptas. Si la herramienta última del poder es el control de la información, entonces, la world wide web, la interconexión directa de dispositivo de usuario a dispositivo de usuario y la circulación libre de la información a través de esa red universal no pueden dejar de tener un significado disruptivo. Y en este contexto, una experiencia como Bitcoin y blockchain, por lo que tiene de creación y uso de un sistema monetario al margen tanto de los bancos como de cualquier autoridad gubernativa, de una moneda que se genera y circula a nivel mundial mediante un protocolo informático de código abierto, sin más control que el de la propia comunidad de sus usuarios, es algo que tiene un significado que, evidentemente, supera el ámbito de lo puramente económico y entra de lleno en el terreno de lo político. En último término, no estamos hablando sólo de costes, sino de poder. Y no olvidemos que la fe pública, la potestad de autenticación, así como la creación de registros públicos han venido siendo también –como la acuñación de moneda– una manifestación del poder, de la soberanía.
En relación con ello, no fue del todo una casualidad que el lanzamiento de Bitcoin coincidiese con el estallido de la crisis financiera del 2008, que, como sabemos, no sólo se ha manifestado en el ámbito puramente económico, sino que ha tenido también un alcance político e institucional. Hemos vivido en todo el mundo una situación de descrédito no sólo de las grandes corporaciones financieras –con bancos y cajas que han ido a la quiebra o han tenido que ser rescatados in extremis, mientras colocaban productos de inversión más que dudosos a sus propios clientes–, sino también de las agencias de rating, las auditoras, los bancos centrales y otros organismos reguladores y supervisores, así como de los gobiernos en general y los sistemas tradicionales de partidos, infestados por el escándalo de una corrupción generalizada. Y como reacción a todo esto han surgido y proliferado por todas partes movimientos populistas y antisistema. También ha sido una consecuencia de la crisis la puesta en marcha de esos nuevos modelos de interacción económica asistidos por las nuevas tecnologías a los que aludía antes que englobamos bajo el rótulo genérico de «economía colaborativa» o también de «economía de plataforma».
En definitiva, por una parte, las autoridades y los terceros de confianza tradicionales ya no merecen tanta confianza; y por otra parte, se ha extendido la idea de que «la gente», al margen de los gobiernos, de las instituciones estatales y de las grandes corporaciones financieras, y con la ayuda de herramientas propias de las nuevas tecnologías, puede hacer las cosas de otra manera, más eficiente, directa y transparente, incluso crear un dinero que puede funcionar perfectamente al margen tanto de las autoridades gubernamentales como del sistema bancario.
De estos tres planos o aspectos a los que he aludido, el más complejo, el más difícil de entender y también de explicar, es el primero, el tecnológico. Por eso, en la explicación más pormenorizada de cada uno de ellos que voy a presentar ahora, lo voy a dejar para el final. Invirtiendo el orden de su enunciación anterior, voy a comenzar por los aspectos político y económico.
Siguiendo un uso extendido, escribiré «Bitcoin» para referirme al sistema monetario y «bitcoin» o «bitcoins» (en abreviatura, BTC) para referirme a concretas unidades monetarias de este sistema. En cuanto a «blockchain», se puede ver escrito con la primera letra tanto mayúscula como minúscula. La primera forma, como nombre propio, quizá refleja el significado de «institución social» que está adquiriendo el término, como cuando escribimos «Internet». A mí me parece mejor escribirlo con minúscula –al menos de momento–, para que quede más claro que sólo es una tecnología, una forma de proceder o protocolo, y además de código abierto (open source) y de adhesión y uso libre y bajo el propio riesgo. Es decir, que no hay detrás ninguna empresa, corporación o institución que se responsabilice de lo que ahí está pasando.
-5%
Ebook Entender Blockchain
ISBN: 9788413092867
El precio original era: 12,67€.12,67€El precio actual es: 12,67€. 12,03€ IVA incluido
Hay existencias (puede reservarse)
Fecha de edición | 06/03/2019 |
---|---|
Número de Edición |
1 |
Idioma | |
Formato | |
Páginas |
220 |
Lugar de edición |
PAMPLONA |
Colección |
MONOGRAFÍAS ARANZADI |
Encuadernación |
- Prólogo a la segunda edición
- 1. Introducción. Un anómalo consumo doméstico de energía eléctrica y una explicación complicada a la policía (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 2. El aspecto político. De la Declaración de Independencia del Ciberespacio al Manifiesto Criptoanarquista (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 3. El aspecto económico. La actividad bancaria es necesaria, los bancos no lo son (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 4. El aspecto tecnológico. Cómo evitar el doble gasto de un dinero digital sin una contabilidad centralizada (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 5. Blockchain 2.0: la tecnología de registro distribuido más allá de Bitcoin (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 6. Cuestiones problemáticas de blockchain (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 7. Blockchains públicas y blockchains privadas o permisionadas (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- 8. Conclusión. Regulación y tecnología (MANUEL GONZÁLEZ-MENESES)
- Bibliografía
MANUEL GONZÁLEZ-MENESES
Notario