“No era un verdadero rey. No hizo justicia. Justicia. Para eso son los reyes”
(Tormenta de espadas)
Canción de Hielo y Fuego tiene como hito fundacional el planteamiento de un problema de justicia… y de Derecho: ¿a quién le corresponde el Trono de Hierro?
La historia comienza en el momento en el que el monarca de los Siete Reinos de Poniente, Robert Baratheon, visita Invernalia para pedir, convencer y, si fuera necesario, ordenar a Eddar Stark que sea la Mano del Rey. La anterior Mano ha muerto en extrañas circunstancias y, en los convulsos tiempos que se avecinan, el Rey necesita a alguien de confianza junto a él. Nadie mejor que su viejo amigo Ned, para que ocupe el cargo vacante.
Poco a poco se irá desvelando que Robert Baratheon llegó al Trono de Hierro después de haber depuesto al tiránico Rey Aerys II Targaryen, que pasó a la historia como el Rey Loco. El cruel y desquiciado reinado había generado un enorme descontento. Un sector de la corte ansiaba la inmediata sucesión en el Trono de Rhaegar Targaryen, príncipe de Rocadragón. Es posible, incluso, que éste impulsara el Gran Torneo que Lord Whent organizó en Harrenhal para sondear sus posibles apoyos entre los caballeros de los Siete Reinos. El épico torneo, que reunió a lo mejor de las Casas de los Siete Reinos, no tuvo consecuencias relevantes, aunque pudo alimentar la caldera a presión en que se estaba convirtiendo Poniente1).
Sea como fuere, el casus belli que va a precipitar los acontecimientos será, como en la guerra de Troya, un (presunto) rapto. El príncipe heredero Rhaegar secuestra –aparentemente– a Lyanna Stark, hermana de los herederos de Invernalia (Brandon y Eddard Stark) y prometida de Robert Baratheon. Cuando Lord Stark y su séquito acuden en busca de justicia al Rey Loco, éste sin respetar su derecho a la audiencia real y vulnerando las leyes de la hospitalidad dispone su brutal asesinato. Enardecido por la cólera, ordena a Lord Jon Arryn, el Guardián de Oriente, que ejecute a Robert Baratheon y a Eddard Stark que se encuentran en el Valle como pupilos de Lord Arryn. Éste rechazará cumplir la orden real y animará a los honorables hombres de los Siete Reinos a defender la justa causa de los Stark y de los Baratheon frente al Rey Loco. Los señores se alinearán en distintos bandos y la guerra se extenderá por los Siete Reinos en la que será conocida como la Rebelión de Robert.
La guerra terminó en la decisiva Batalla del Tridente, en la que se entabló el terrible duelo entre Robert Baratheon y el príncipe Rhaegar. Tras una equilibrada lucha, el martillo de Robert alcanzó el pecho de Rhaegar y allí quedó herido de muerte, junto con los rubíes que se desprendieron de la armadura de su pecho y que fueron a parar al fondo del río, en el lugar que se llamará Vado Rubí. Mientras tanto, a Desembarco del Rey llegaron las tropas de Tywin Lannister. Confiando en que eran tropas amigas que venían a reforzar su defensa, se les abrieron las puertas de la ciudad y una vez dentro, acabaron con los defensores y saquearon la ciudad. Jaime Lannister, único miembro de la Guardia Real que quedaba en la Fortaleza Roja, vulnerando su juramento, se volvió contra Aerys II y asesinó al Rey Loco. Los miembros de la familia real (la princesa Elia Martell y sus hijos Rhaenys y Aegon) fueron brutalmente asesinados. Terminaron de esta manera los casi trescientos años de reinado de la dinastía Targaryen y comenzó el de la dinastía Baratheon-Lannister. Como es sabido, el exterminio no fue completo y dos pequeños Targaryen (Viserys y Daenerys) lograron huir al otro lado del Mar Angosto.
Quedan así planteadas las primeras cuestiones jurídicas: la licitud del tiranicidio y las repercusiones de una rebelión que amenazarán permanentemente a la casa reinante por razones diversas. Por un lado, pervivirá la pretensión de los Targaryen de recuperar el Trono de Hierro y arrebatárselo a Robert el Usurpador; por otro lado, quedarán muchas cuentas pendientes por las injustas muertes producidas durante la rebelión, algunas de ellas de personas manifiestamente inocentes (como las que querrán saldar los Martell de Dorne por el asesinato de la princesa Elia y el de sus hijos).
El reinado de Robert Baratheon se asienta, por tanto, sobre unas bases inestables. La inseguridad de su reinado se ve incrementada, además, por la aparición de otras amenazas que no proceden del exterior del reino o de sus declarados enemigos. Existe un terrible secreto que pone en peligro la continuidad de la dinastía reinante. Rumores, conspiraciones y luchas intestinas de poder se suceden en la corte. Pronto sabremos que ese gran secreto es la ilegitimidad de los hijos de Robert: Joffrey, Myrcella y Tommen no son Baratheon sino doblemente Lannister, pues son frutos de la incestuosa relación entre los gemelos Cersei y Jaime. Son bastardos e hijos del peor pecado contra los hombres y contra los dioses. Por ello, si llegara a hacerse pública su ilegítima condición, la línea sucesoria del Juego de Trono tendría que desviarse de los hijos de Cersei, y dirigirse hacia los hermanos de Robert.
Por tanto, la cuestión primordial de Canción de Hielo y Fuego que alimentará todo su desarrollo es una cuestión de orden jurídico: ¿a quién le corresponde el derecho a ocupar el Trono de Hierro?
La pregunta encierra, en realidad, un abanico de temas jurídicos que van desde la rebelión, la traición y el tiranicidio, hasta las reglas de la legitimidad dinástica, pasando por la guerra justa, el ius puniendi, el ejercicio del poder, etc. La despiadada y plural lucha por el poder pondrá sobre la palestra si el Trono de Hierro debe alcanzarse con arreglo a las leyes sucesorias o si es una cuestión de merecimiento o simplemente de fuerza y de violencia. Porque el juego de tronos no se juega sólo con las leyes y con la justicia. En esa lucha se emplean todos los recursos disponibles, pues estamos ante un juego de supervivencia en el que muchos aspiran a conquistarlo y casi todos están dispuestos a arriesgarlo todo: “cuando se juega al juego de tronos, solo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios”2).
En definitiva, la cuestión esencial de la saga no sólo plantea quién debe ocupar el Trono de Hierro, sino también nos interroga sobre qué vías se pueden emplear para acceder a él y, por extensión, qué medios legítimos pueden utilizarse para resolver los conflictos entre intereses contrapuestos. Junto a la legitimidad de origen del poder se suma la cuestión de la legitimidad de su ejercicio. Como señala Daenerys, en la cita que sirve de entradilla a este apartado3), los verdaderos reyes son los que hacen justicia. Es más: la monarquía tiene su fundamento en la justicia. Sin la justicia el poder deviene en pura dominación, pura violencia que debe ser erradicada.