Hoy nuestra guía principa! de aprendizaje es, y debe seguir siéndolo, el Derecho romano. Porque el Derecho romano no es una antigualla arrugada y fea, de trato difícil bajo el disfraz original de la lengua latina; el Derecho romano educa en la justicia material y enseña el rigor terminológico.
Compartimos una misma lengua y la lengua es propiedad de sus hablantes. Pero la lengua no solo sirve a la comunicación discursiva del pensamiento; es verdadera y propia forma de actuar. Hablar es hacer, crear una nueva realidad, y yo quiero invitar a todos mis lectores a usar las palabras que manejo y explico en este libro. Unas palabras precisas, necesarias y correctas, que fijan la conducta éticamente exigible, señalan la justicia, y resuelven con equidad los conflictos.
Y hoy es importante conocer bien la historia retrospectiva de esas palabras que no son términos atrofiados, sino elementos vivos del ius gentium, una de las piezas maestras de la experiencia jurídica romana, un factor de unidad jurídica.