La polaridad típicamente occidental de autoridad y razón, y de autoridad y poder nace en la Roma tardorrepublicana y tiene su mejor y más lograda expresión en la obra de Cicerón. La entera obra del arpinate bien puede ser considerada como un intento de armonizar la razón filosófica griega, de un lado; y, de otro, los antiguos mores de los antepasados, tan caros para los romanos. Algo que, a juicio de san Agustín, terminó en fracaso. Pero el ideal de una polaridad de autoridad/razón lejos de abandonarse fue recuperado con el mayor empeño por la Teología cristiana, comenzando por el propio Agustín. La Cristiandad medieval se construyó sobre dicho modelo de polaridad, pero su crisis llegó con el cambio de paradigma surgido con la ciencia moderna y sus métodos cuantitativos y matematizantes. ¿Cómo podía convenir una autoridad sapiencial con esta nueva forma de razón científica?
En opinión de Hobbes, esta armonización era, sencillamente, imposible. Pero lejos de ser ésta una mera cuestión filosófica, para el pensador de Malmesbury poseía una poderosa carga política. Eran las autoridades tradicionales clero, aristocracia y jurisprudencia- las que impedían la consolidación del Estado moderno y la difusión de una nueva ciencia de la política acorde con las nuevas formas de poder que estaban surgiendo en Europa. Tres fueron los oponentes de la mayor envergadura con los que hubo de enfrentarse Hobbes, los tres máximos representantes de las autoridades que debían ser batidas dialécticamente: el obispo Bramhall, en representación del clero; lord Clarendon, por la aristocracia; y sir Edward Coke, por parte de la jurisprudencia. La obra que presentamos es la historia de este trascendental debate.