En 1980, el año en el que ETA perpetró más asesinatos, tres mujeres empezaron a organizar la resistencia pacífica contra el terrorismo en España. Una de ellas acabaría convirtiéndose en su principal exponente: Ana María Vidal-Abarca. Su marido, el comandante del Ejército Jesús Velasco, había sido asesinado aquel fatídico año en Vitoria. Ella tenía 41 años y cuatro hijas con las que se trasladó a Madrid para que crecieran lejos de un ambiente cada vez más asfixiante.
En cuestión de meses y junto a Sonsoles Álvarez de Toledo e Isabel O’Shea, fundó la primera asociación de víctimas del terrorismo. Su objetivo inicial era ayudar a las viudas que, tras el asesinato de sus maridos, quedaban en una situación de casi total desamparo. Para localizarlas pusieron un anuncio en la prensa con un apartado de correos. Enseguida comenzaron a recibir cartas y a conocer de primera mano cómo la onda expansiva del terrorismo socavaba a centenares de familias. Ana María tomó enseguida las riendas: viajó a pueblos de media España para asistir a los funerales y reclamó en los despachos de cualquier signo político la protección, el derecho a la justicia y el reconocimiento de las víctimas. Lo hizo con su particular diplomacia de tono suave y discurso contundente que no se tambaleaba ante el poder. Con el tiempo, su labor se revelaría como clave en el despertar de la sociedad contra el terrorismo.