En estas páginas, escritas en distintos momentos y en circunstancias bien diversas, está el alma, está la humanidad de CALAMANDREI. Circunstancias diversas, trabajos escritos durante los veinte años de oscuridad, y otros que se han escrito cuando la luz se ha hecho. Pero entre unos y otros no hay contradicciones. De los primeros podríamos decir, como él ha dicho también de los de CHIOVENDA: «en sus libros, en millares de páginas, no se encuentra mencionado una sola vez el fascismo». Después podrá decirse todo.
Y así, cuando se recuerda, en 1937, el entierro de CHIOVENDA, se alude a la «falta de solemnidad oficial»; cuando, en 1949, se recuerda el entierro de CAMMEO, podrá expresarse con claridad todo el dolor; no será necesario ya contenerlo ni encubrirlo: «la ciencia oficial debía ignorar no sólo que FEDERICO CAMMEO hubiese muerto, sino que jamás hubiese existido». Por eso, he querido reunir estos trabajos que hasta en las colecciones de Estudios del autor, por razón de cronología, están distantes. En ellos, está CHIOVENDA, todo CHIOVENDA; hasta el poeta, que también lo fue, como cuidaba de decir CALAMANDREI ya en 1924, al señalar no sólo su precisión y su claridad, sino también su elegancia.
Aquí está CHIOVENDA, todo el CHIOVENDA que CALAMANDREI, mejor que los demás, supo ver y apreciar; está, de CHIOVENDA, el sistema, la escuela, el método, y está el Maestro; todo lo que pudo decirse mientras no se podía decir todo; después, a los diez años de su muerte, en 1947, ya las limitaciones de expresión habían desaparecido; las páginas que CALAMANDREI escribió entonces, bien podrían titularse el hombre; y lo mismo aquellas en que, en 1950, lo recuerda en la oración que saluda, cerrando los trabajos, a los estudiosos que acudieron al Congreso de Florencia.