La doctrina actual del Derecho se pierde (y frecuentemente eso ocurre) en el desorden del palabreado fútil, en la disputa por la mera primacía de los enunciados doctrinados, en la avidez de la afirmación personal, en el brillo transformado en objeto de idolatría.
Convierte lo que se dice en letra formando un mero pretexto para el consumo de lectores no experimentados (presas fáciles del aventurerismo intelectual y de ganancias de editoriales favorecidas por la ignorancia). La publicación de libros se degrada en un instrumento de elevación social de autores no auténticos. El magno precio de esos desvíos es la instauración de la propia indigencia del pensar. El toque de retirada para el pensar auténtico.
De la temática escogida se puede decir todo, menos que ella no está abierta a la crítica y a la tentativa de refutación. El autor se sentirá sinceramente agradecido si ellas vinieran. Y más aún recompensado si el esfuerzo de refutación fuera crucial, atacando esta obra en sus puntos fundamentales y decisivos.
Este ensayo es el resultado de un inmenso esfuerzo, emprendido de buena fe, como recomendaba Montaigne, para revelar lo que las palabras fundamentales del Derecho pretenden, ellas mismas, significar.