He contraído tantas deudas durante el largo proceso de elaboración de este texto, que resultaría injusto no reconocerlas. A riesgo de cometer algún olvido, resaltaré a mis amigos y maestros José Carlos Muinelo y Juan Carlos Utrera, por recomendarme que eligiese este tema y ayudarme en los momentos duros; a Juan Antonio Gómez, igualmente amigo y compañero, a cuyo libro sobre Savigny debe no poco este texto; a Mauricio Beuchot, cuya perspectiva hermenéutica me ha orientado considerablemente en el tramo final; a Francisco Serra, que leyó el borrador y me animó a publicarlo; al Departamento de Filosofía de la Universidad de Valladolid, que me acogió durante tres meses de licencia de estudios en el invierno de 2010, y a Sixto J. Castro, Chema Enríquez, Joaquín Esteban y Ana Ulloa, que tan agradable me hicieron la estancia en esa ciudad; a Rafael Aguilera, que me invitó a publicar un artículo que prefiguraba este texto y lo impulsó no poco; a María José García Salgado, autora de un espléndido libro sobre Heck, que me hace sentirme acompañado en este perverso interés por los teóricos alemanes muertos y espesos; a Ingrid Alves y Enrique de Tomás, por ayudarme a pasar un verano muy difícil; a Aurelio de Prada, que accedió a traducir conmigo Über öffentliche Rechte; a mis colegas constitucionalistas Guillermo Escobar, Ignacio Gutiérrez y Antonio Torres, por haberme demostrado, con su interés por mi trabajo, que la interdisciplinariedad no siempre es un brindis al sol; a Javier Prieto, Nines Lorenzo y Ana Isabel Ramos, que suplieron con eficacia y cariño mi incompetencia informática y administrativa; a cuantos amigos y colegas del departamento de Filosofía Jurídica de la UNED (y en particular Mercedes Gómez, su directora) me animaron a seguir adelante cada vez que el desánimo me ganaba y la maldita Fraktur me fatigaba la vista.
Mi familia, como siempre, me apoyó; Ana B. Santos compartió conmigo días de euforia y discusión sobre el sentido de la política (algunas de las razones de cuya pérdida se analizan aquí), en la madrileña Puerta del Sol y plazas aledañas, durante esas semanas inolvidables de la Spanish Revolution.
Pedro Serna y la editorial Comares acogieron con interés el manuscrito; ojalá que cuanto pueda haber en él de meritorio retribuya esa confianza, que tanto agradezco.
A todos ellos, gracias.