Gabinete de Lectura
EL buen lector se reconoce, menos por los libros que lee, que por los muchos que deja de leer.
Aquel dictador prohibió los libros. Nadie hizo más a favor de la lectura.
Todo lo que viene muy recomendado, resulta sospechoso.
«Se lee poco», escucho a profesores, editores, libreros, escritores, políticos. «Y la mayor parte de lo que se lee no merece ser leído», añado yo.
A aquel bibliófilo le gustaban tanto los libros que procuraba no leerlos para no estropearlos.
Leer, a menudo, no es más que una forma de perder el tiempo. Como vivir.
Hacer el amor no es obligatorio. Ni siquiera cuando estás casado. Leer tampoco.
Leer es una mala costumbre que se adquiere en la infancia. Y que algunos conservan toda la vida.
Los mejores libros están llenos de ventanas para mirar fuera de los libros.
«Es que la gente no lee poesía» se lamentaba un laureado poetastro. «La gente lee cualquier cosa, incluso te lee a ti», le respondí.
Era tan mal lector que solo leía obras maestras.
Hay lectores con tan erróneo sentido del deber que, cuando comienzan un libro, siempre lo terminan. Conozco formas más agradables de perder el tiempo.
A cierta edad para leer la mayoría de los libros no hace falta leerlos.
No haber leído a Shakespeare es como no haber estado en Venecia. Una promesa de felicidad que podemos hacer realidad más fácilmente.
No conozco a nadie menos interesado en la lectura que a la mayoría de los escritores. Salvo en lo que se escribe sobre ellos, claro está.
No conozco suplicio peor para ciertos grafómanos que obligarles a releer lo que han escrito.
La relectura tiene mucho crédito entre los que han perdido el antiguo interés por la lectura.
Hay muchas fantasías asociadas a la lectura. Como que fomenta el espíritu crítico. Todo lo contrario: la mayoría de los lectores forman un manso rebaño que lee lo que le echen.
Nada peor, para el aficionado a la lectura, que tener amigos escritores. Acaba leyendo no por gusto, sino por cortesía.
La obligación mata la devoción.
Yo solo leo a los poetas muy buenos o a los muy malos. Y a veces lo paso mejor con los segundos.
Escribir bien es lo que se le debe exigir a quien no sea escritor. Al escritor se le debe exigir algo más (o algo menos).
El lector suele ser caprichoso. Para que él encuentre cada mes o cada semana un título de su gusto, los editores han de publicar cientos de títulos.
¿Qué le aconsejaría a la mayoría de los jóvenes poetas? Que no escriban, que telefoneen.
Los malos libros y los malos lectores sostienen el negocio editorial.
Los escritores jóvenes se pierden, no cuando se dan al alcohol o a las drogas, sino cuando se dan a la novela.
Quien ha leído media docena de libros en su vida y quien se ha pasado la vida leyendo coinciden en una cosa: en que les quedan infinitos libros por leer.
Cuando uno ha leído muchos libros, lo que más le gusta leer son los muchos libros que le quedan por leer.
Si nunca hubiera leído un libro, nunca me habría enamorado. Ese es uno de los pocos reproches que le tengo que hacer a la lectura.
Leo porque sí, y porque sé.
Aquel estilista, creía escribir en mármol y solo escribía en el agua, como todos.
La meta es el olvido. Pero no todos los escritores llegarán a ella. Para ser olvidado hace falta haber tenido previamente un momento de gloria.
Nada envejece más rápido que la gran literatura.
De niño tuve mucha suerte. En mi casa no había ningún libro. Por eso la alegría de los primeros libros, casi objetos mitológicos, me dura todavía.
Todo el mundo habla bien de la lectura y mal de la crítica, que no es más que una lectura puesta por escrito.
Jamás he leído un libro que no hablara de mí. El único tema que nunca me cansa.
Un escritor cree que está hablando de sí mismo y en realidad está hablando de nosotros, los lectores.
Quien no lea por placer que no me lea, digo con Gil de Biedma. Claro que yo a algunos escritores los leo por el placer de verlos hacer el ridículo.
La crítica literaria no es más que una forma educada de la maledicencia. Quizá por eso me gusta tanto.
Hablaba como un libro mal escrito.
Titular es un arte difícil. Hay quienes lo dominan y quienes no. Algunos lo dominan tan bien que deberían limitarse a escribir títulos.
¿Vale más leer cualquier cosa que no leer? Yo creo más bien que muy bueno tiene que ser un libro para que lo prefiramos, una noche de verano, a salir a la terraza y contemplar las estrellas.
De qué poco vale un libro si no nos habla de cosas que no están en los libros.
Voy contra mi interés al confesarlo, pero un libro que solo hable de libros no es más que una laboriosa manera de perder el tiempo.
¿Los libros o la vida?, nos pregunta ese atracador sin escrúpulos que llamamos tiempo. Cuando era joven prefería perder la vida porque la vida sin libros no me parecía vida. Ahora me parece que la pregunta no tiene sentido. Escoja uno lo que escoja, siempre acaba perdiendo la vida.
Mi novela favorita es el catálogo de una librería anticuaria.
Si tuviera que escoger entre Pessoa y Lisboa, entre Kafka y Praga, entre Balzac y París, siempre me quedaría con Balzac cuando estoy en Praga, con Kafka cuando estoy en París, y con Pessoa cuando estoy en cualquier parte.
El mejor libro que he leído todavía no se ha terminado de escribir.
Los libros que empiezan cuando terminan son los que más me gustan.
Hablar mal de los libros de los demás es una afición que nunca cansa.
Cuando viajo en tren, el único libro que me gusta leer es una antología de paisajes.
Unos libros son una ventana, que le pone marco al paisaje del mundo, o un telescopio, que nos permite ver lo que está lejos, y otros una tapia pintarrajeada que nos tapa las mejores vistas.
Leer sirve de poco. Casi de tan poco como vivir.
También el libro de la naturaleza está lleno de erratas.
Da un poco de vergüenza hablar bien de la lectura. Es lo que hacen casi todos los que detestan la lectura.
Escribo para pasar el rato. Leo para ganarme la vida.
El que ha leído todos los libros, sueña con un mundo sin libros. Afortunadamente a mí todavía me queda por leer una biblioteca infinita.
«¡Ya no se escriben libros como los de antes!», solemos decir cuando dejamos de ser definitivamente el ilusionado joven que alguna vez fuimos.
Dios está condenado a la relectura. Nunca conocerá la sorpresa de un libro nuevo, de un autor genial del que nunca antes había oído hablar.
¿Los libros buenos van al cielo y los malos al infierno? ¡Cómo se van a aburrir entonces ciertos bienaventurados cuando en la biblioteca del paraíso no encuentren esos novelones que tanto les apasionan!
Leer no es necesario. Vivir tampoco.
¿Por qué nos defraudan tanto ciertos escritores? Porque no son el admirable protagonista de su obra, solo el guionista gris y calvo.
Me gusta leer porque me gusta llevar la contraria.
Solemos admirar a un escritor por razones equivocadas. O eso cree él. Y luego le detestamos por la misma razón.
Hay libros que nunca se terminan de leer. Siempre volvemos a ellos y siempre encontramos cosas nuevas. Como si nunca se terminaran de escribir.
«Yo también tengo un texto sagrado», le dije al fanático. «Pero no es ninguna Biblia unánime, sino la contradictoria biblioteca».
«Qué poco valen la mayoría de los libros», me dijo el escéptico. «Cierto, pero aunque tuvieras cien vidas te faltaría tiempo para leer la minoría de obras maestras que se han escrito a lo largo de los siglos».