En el año 1561 Felipe II decidió trasladar la corte a Madrid. De un villorrio desordenado, muy inferior en población y belleza a Toledo, Sevilla o Valladolid, y muy lejos del antiguo esplendor de las ciudades mediterráneas como Barcelona o Valencia, la corte se convierte en ciudad, en el centro de un imperio, en la capital del mundo.
En el Madrid de los Austrias se dan cita gentes de toda España, o mejor dicho, de las Españas. Madrid es una ciudad vocinglera, de calles estrechas, de caseríos y corralas. Es la época del teatro, del que Madrid es sede indiscutible, de los grandes genios de las letras y las artes, de intrigas palaciegas y de reyes promiscuos que ocultos bajo sus capas se adentran en la peligrosa noche.
El Madrid de los Austrias está plagado de tahúres, asesinos a sueldo, prostitución y engaño, pero también de honor, de mercados, de mentideros en los que se reúnen gentes de toda condición a negociar o simplemente a murmurar y hablar de los demás. Es el Madrid del qué dirán, de los ajustes de cuentas, de galanes persuasivos y de damas que desean ser cortejadas, de tabernas, mesones y figones, de ollas podridas y grosuras para comer, de bebidas de nieve y alojerías, de bailes, de toros, de fiestas, de autos de fe, de avisos y noticias.
Pasen y disfruten, sumérjanse en otra época y descubran aquel Madrid, el del Real Alcázar y el Buen Retiro, con todas sus anécdotas y costumbres. Háganlo si son madrileños para conocer su ciudad, y si no lo son, también, porque Madrid es de todos. Aquí no hay forasteros.
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