glas del agua
El paisaje que constituye la Huerta tradicional resulta tan familiar que los habitantes de ésta y de la ciudad que la rodea asumen casi instintivamente su presencia. Como un hecho habitual, a pesar de que la ciudad hoy día se aleja cada vez más de cinturón natural que una vez fue su principal recurso económico.
Sin embargo, la forma presente de la Huerta es el producto, ciertamente no casual, de un esfuerzo continuado y refinado a través de los siglos para transformar el paisaje. Y conseguir una tierra feraz mediante el reparto adecuado de las aguas disponibles. El paisaje, los cultivos, las funciones del sistema de riegos han cambiado. Han variado incluso las instituciones que gestionaron alguna vez ese sistema. Lo que no ha variado, o ha variado esencialmente muy poco, son las normas que rigen el sistema. Cómo debe distribuirse el agua. Cómo debe regarse. Qué situaciones deben ser evitadas. Y qué debe hacerse para que la red de riegos perdure y perdure la riqueza cotidiana que proporciona la Huerta.
Todas estas reglas conforman el derecho tradicional de las aguas de la Huerta de Murcia. Cuya fortaleza se ha fundamentado en el mantenimiento de una serie de principios inmutables aceptados por todos los usuarios del sistema desde hace mil años.
Increíblemente, en un espacio de tiempo tan largo las reglas esenciales no han cambiado. Normalmente, debería adaptarse lentamente a los cambios que transforman esa sociedad. No sería posible en una sociedad compleja y tecnológicamente avanzada como la nuestra que se aplicaran viejas normas de hace quinientos o mil años. Sin embargo, en el caso de la Huerta de Murcia, esos principios esenciales que se han mencionado parecen resultar los más adecuados para cubrir las necesidades del sistema de riegos. Su supervivencia no obedece a la mera imposición de normas obsoletas, sino en su mayor parte a la aceptación generalizada de reglas eficaces.