Este libro se ha escrito pensando ante todo en que pueda ser útil a los jóvenes que cursan diversos grados universitarios de humanidades y ciencias sociales y, por supuesto, que resulte de fácil comprensión para cuantas personas tienen interés por saber quiénes protagonizan la historia en cada momento.
Bertolt Brecht lo explicó con claridad poética en los versos de Preguntas de un obrero ante un libro: En los libros figuran los nombres de los reyes/ ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?? El joven Alejandro conquistó la India/ ¿Él solo? Felipe II lloró al hundirse/ su flota ¿No lloró nadie más? Un gran hombre cada diez años/ ¿Quién paga sus gastos?/Una pregunta para cada historia.
En efecto, una pregunta para cada época y para cada sociedad. Por eso en este libro no se encuentran ni los reyes ni las personalidades y líderes que dominan en muchas obras de historia, y no hablemos ya de las miles de novelas históricas que se han apoderado de la divulgación del pasado entre el gran público. En este libro se han buscado respuestas en los sujetos, anónimos o no, léase personas (mujeres y hombres), que han desarrollado con sus intereses y afanes, sus ambiciones e ideas, sus esperanzas y temores una continua lucha por cambiar y mejorar, con frecuencia desde posiciones no poco utópicas. Bien es cierto que estas motivaciones nunca han sido ni lineales ni homogéneas, porque los intereses contrapuestos y las visiones encontradas del mundo han desencadenado movimientos sociales, conflictos entre grupos y clases y protestas constantes contra quienes han detentado el poder y, en su caso, han frenado los cambios.
Porque la historia es la ciencia social que estudia los cambios que nos han traído a este presente y que nos condicionan para construir el futuro.
Ahora bien, llegados a este punto, quizás los expertos reclamen que se les expongan los anclajes teóricos sobre los que se ha encarrilado el libro. Existen, por supuesto, y los lectores más especializados podrán advertirlos y captarlos en los sucesivos capítulos. Además podrán refutarlos con diversos argumentos, también matizarlos o ratificarlos con mejores elaboraciones en cada caso. Ahora bien, esbozar esos marcos teóricos obligaría a una apretada síntesis del pensamiento político sobre los factores de movilización social por lo menos desde Karl Marx hasta Slavoj Zizek y Thomas Piketty, cabalgando sobre Émile Durkheim y Max Weber, Charles Tilly y James C. Scott o Simone de Beauvoir y Judith Butler. Se opta por citar en la bibliografía del final del libro un abanico de obras suficiente para adentrarse en las distintas teorías sobre el cambio social, la dinámica de los movimientos sociales y las tipologías de la protesta.
En ese apartado de bibliografía también se relacionan los libros que permitirán ampliar los contenidos y cuestiones que se tratan en este libro. En especial es de justicia hacer referencia a la obra que Manuel Pérez Ledesma hace 25 años publicó bajo el título de Estabilidad y conflicto social. España, de los iberos al 14-D. También a la más reciente Historia de España dirigida por los profesores J. Fontana y R. Villares. En todo caso, no son referencias bibliográficas exhaustivas, se incluyen los libros que puedan permitir al joven estudiante o al lector no especialista profundizar en cada etapa histórica, además esos libros, a su vez, hacen cadena con otras muchas obras que aparecen citadas en sus páginas.
En todo caso, quizás convenga recordar en esta explicación introductoria que el concepto de movimiento social se fraguó como instrumento de análisis en los procesos revolucionarios de la Europa de 1848 para precisar las exigencias de las clases trabajadoras, exigencias en bastantes casos en contra del orden social implantado por los correspondientes grupos dominantes desde el Estado liberal. Se trataba de diferenciarlos de los movimientos políticos porque desarrollaban acciones encaminadas a lograr objetivos que se catalogaron como sociales. Tales análisis surgieron en el pensamiento radical democrático y socialista del momento al que le preocupaban las nuevas desigualdades e injusticias producidas por la revolución industrial y la expansión del capitalismo. Las calificaron como la cuestión social. Apareció de este modo el apelativo de social para calificar cuanto se relacionaba con las desigualdades que afectaban a los grupos de personas que cargaban con la parte del trabajo y nuevas condiciones de vida de la industrialización y de las distintas formas de implantación del capitalismo.