El desarrollo del pensamiento filosófico latinoamericano, como el de cualquier otra región del mundo, representa el resultado de un proceso complejo y diverso en el que, tanto histórica como temáticamente, se abren y cierran ciclos de reflexión y de acción que responde a muy distintas motivaciones y que apuntan igualmente a fines muy diferentes. Son ciclos en los que se ensayan modelos teóricos y metodológicos, se proponen pautas para interpretar y transformar la realidad, se esbozan horizontes para responder a las preguntas que preocupan a los seres humanos en su destino personal, pero también en la convivencia social con sus semejantes, etc.; y todo ello siempre bajo el signo de la historicidad y la contextualidad, en una palabra, de la pluralidad.
Por eso la complejidad y diversidad que trasmite la historia del pensamiento filosófico, en este caso el latinoamericano, muchas veces desconcierta y confunde. De manera que frecuentemente resulta difícil a los que quieren estudiarlo, encontrar un hilo conductor que les ayude a adentrarse con cierto orden en su historia o a identificar los ejes temáticos centrales que, a pesar de las divergencias en teoría y método, se han ido configurando como campos compartidos de reflexión.
De ahí que, al recorrer la historia de la filosofía latinoamericana, nos encontramos no sólo con un panorama muy complejo de sucesivas propuestas filosóficas que discuten entre sí y se disputan la aceptación de su entorno cultural, sino también con la reiterada puesta en cuestión de la propia naturaleza filosófica de sus aportaciones. No es de extrañar que una de las características de la historia de la filosofía latinoamericana haya sido precisamente la puesta en cuestión de la naturaleza de su condición filosófica, así como la búsqueda de la identidad, la originalidad y la autenticidad de su filosofía. El pensar filosófico siempre se ha presentado como el salto de una visión mítica sobre la realidad a otra racional y crítica, acontecimiento que se habría producido en Grecia, varios siglos antes de la era cristiana. En la medida en que la cultura occidental se ha ido convirtiendo en la cultura dominante, a partir de la modernidad, el resto de ámbitos culturales, al menos los que se sitúan en la órbita de la centralidad europea, han aceptado, como algo incontestable, el hecho de que filosofar es filosofar en griego. Así, o se filosofa en griego, o se está condenado a no hacer filosofía (Derrida dixit versus Lévinas).
Este modo de entender las cosas, aunque no es una cuestión trivial, está muy lejos de ser plausible, en la medida en que la propia concepción de la filosofía como búsqueda de la razón última y universal de las cosas, difícilmente se puede lograr desde un perspectiva limitada, tanto en lo tempóreo como en lo cultural; esto es, sus pretensiones de convertirse en una perspectiva universal no pasa de ser un modo cultural y contextualizado de poner en marcha el ejercicio de la razón sobre la propia realidad. Por lo demás, en el caso latinoamericano, tiene como consecuencia directa menospreciar las aportaciones de las cosmovisiones precolombinas y muchos otros esfuerzos posteriores de pensar surgidos al margen de los círculos académicos o de los envoltorios formales que parecen obligados de cara al ejercicio del filosofar.
De ahí que, al referirnos al filosofar latinoamericano, no se pueda prescindir de detenernos en cuestiones como cuándo situar el inicio del filosofar latinoamericano, si podemos hablar de filosofía latinoamericana o sólo de filosofía en Latinoamérica, y, como raíz del resto de las cuestiones, qué debemos entender por filosofía. Este tipo de cuestiones fueron el centro de debates candentes y continuados entre los intelectuales latinoamericanos, a partir de la independencia de la Corona española en los albores del siglo XIX. Pero superando el peligro paralizante de encallarse en estas cuestiones metodológicas previas, ciertamente necesarias, y centrándose en el esfuerzo por filosofar desde el propio contexto y circunstancia, está claro que Latinoamérica ha ido elaborando progresivamente un pensamiento filosófico propio, que ha dejado obsoletos, por vía de hecho, estos problemas introductorios, que centraron la atención, desde hace ya un par de siglos, de lo más granado de los pensadores de América latina.
Teniendo en cuenta todas estas circunstancias que han conformado el contexto y los contenidos del pensar filosófico latinoamericano, hemos concebido el presente volumen con un objetivo doble. Por una parte, queremos ofrecer una ayuda a los que inician sus estudios sobre la filosofía latinoamericana, brindándoles contribuciones panorámicas que les permitirán obtener una primera aproximación a la estructura histórica y sistemática del desarrollo de la misma. Mas, por otra parte, la presente obra quiere ser también un instrumento de trabajo para aquellos que deseen profundizar en el conocimiento de los grandes temas de reflexión que ocupan actualmente el centro de atención de la producción filosófica en América Latina.