Para coser el mundo
fue necesario un gran diseñador,
útiles apropiados
y alguien a quien clavar
suavemente la aguja.
Se remató la obra en siete días
ajustando medidas y colores,
pasiones y entes vivos,
seres livianos volando cual pavesas
después de un gran incendio,
criaturas transmutadas del polvo,
sintiendo en cada fibra
la emoción del estreno.
A última hora, el alma entronizada
en su pequeño altar de barro.
¿Quién tuvo tanta prisa?
Las enormes puntadas
dejaron escapar la espuma de las olas,
la saliva del tiempo que encogió los retales
y dejó al descubierto
la delicada tela que se deja cortar.