Durante 500 años el libro ha sido un conjunto de hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen, tal y como lo define el Diccionario de la Real Academia Española. La aparición de los libros electrónicos y las prestaciones asociadas a los mismos a través de las aplicaciones de e-reader y tablet, blog, sistemas de lectura social, etc., han violentado las definiciones canónicas asociadas al libro.
Así, la definición aportada por la Unesco ha quedado desfasada para una parte de obras publicadas en medios electrónicos que, pudiendo ser consideradas como libros, no responden a la terminología existente. Lo cierto es que el ecosistema del libro ha experimentado un cambio radical, de tal manera que se cuestionan los eslabones tradicionales de la cadena editorial:
– La labor del editor como garante de la calidad formal y conceptual de los contenidos, articulador de colecciones que le confieran coherencia.
– El papel de las librerías como núcleos de acceso al libro impreso
– El papel de las bibliotecas como sitios de salvaguarda del saber.
– Los derechos asociados a la función de autor y su dimensión económica, con la crisis del copyright y de la propiedad intelectual.
– La función de los intermediarios, obligados a reinventarse e idear nuevas estructuras que les permitan sobrevivir en el contexto digital, en el que se está articulando una nueva cultura resultante de una economía del intercambio y de la colaboración.