Bélgica no es un país, que diría Magritte. Cuando la sensación de vivir en un país imaginado es tan fuerte, Bélgica se convierte en Belgistán, uno de los Estados más complejos y surrealistas del continente. Algunos lo han llamado el laboratorio de Europa. Hoy, es el laboratorio del nacionalismo europeo. Bélgica lleva cuatro años sumida en una grave crisis institucional. La separación del país es evocada todos los días en los medios de comunicación mientras las dos comunidades, la francófona y la neerlandófona, buscan una última oportunidad de convivencia en unas negociaciones que se eternizan.
Mientras hablan los políticos, la división del país ya es un hecho en la calle. Los flamencos solo hablan neerlandés y los francófonos, solo francés. Los partidos políticos están divididos en familias lingüísticas, no se ven las mismas películas ni las mismas televisiones a ambos lados de la frontera lingüística, no se leen los mismos libros, no hay apenas matrimonios mixtos.
¿Cómo afectará lo que está sucediendo en Bélgica al futuro de la Unión Europea? ¿Tiene futuro la UE después del caso belga? Si bien Bélgica no es Kosovo, para nosotros, españoles y europeos, es mucho más. Si Bélgica se separa, cambiarán las fronteras internas de la Unión y servirá de referencia para otros nacionalismos en otros estados de la UE. Belgistán nos acerca la desintegración de un país a cámara lenta. Un proceso fascinante, mucho más si es un estado fundador de la Unión Europea y si su capital es la sede de las instituciones comunitarias. Lo que ocurra en Bélgica marcará la construcción europea.
</p>