La ética del político
Aristóteles sostenía que el acto político debe estar orientado al bien común. Para Maquiavelo, en cambio, el éxito es la medida de la virtud del político. Es cierto que para gobernar hay que ganar,
la cuestión es que no a cualquier costo. No al de hacer un pacto con el diablo, al decir de Weber. No es extraño, ante estos planteamientos, que Foucault estime que todo poder es perverso, idea
que abona el discurso anarquista, que valida la violencia política como reacción ante esa supuesta realidad. Por otro lado, el subjetivismo desde los sesgos (Kant) para la deconstrucción de los
conceptos (Derrida), al amparo de la sospecha de toda estructura de poder (Foucault), sin atender a ninguna estructura ética o moral (Nietzsche), ha devenido en una realidad que niega la existencia
de cualquier verdad ajena al observador. La validación de la violencia y la exacerbación de la subjetividad han prefigurado un contexto social que ha deteriorado la convivencia y alimentado un
victimismo generalizado, expresión de un individualismo nihilista, que estima que el poder, sobre todo el dirigido a hacer efectiva la responsabilidad, es represivo, y que la única verdad universal es
el “yo”.
Este libro trata de la ética del político. Su propósito es una llamada a la acción y no una teoría sobre las reglas de la política. Son las personas que se enfrentan a falsos dilemas, que respiran
un aire tóxico y que juegan con mucho más que el éxito o el fracaso personal, las destinatarias de este texto. . Unir en la misma frase “ética” y “política” para muchos es un oxímoron: una contradicción
en los términos. Como intentar juntar el agua con el aceite: por más esfuerzo que se haga, nunca se mezclarán. Siempre han existido políticos villanos, corruptos, injustos; pero no siempre se ha
entendido que la política “nada tiene que ver con la ética”, y mucho menos que la actividad política implique su negación.
AUTOR: EDUARDO RIQUELME PORTILLA
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