Borrados y censurados los referentes femeninos existentes a lo largo de la historia, la imagen del liderazgo heteropatriarcal no solo nos ha obligado a masculinizarnos sino a desfeminizarnos (tanto a mujeres como a hombres). Y cuando nos convencieron de que lo único que provocaba la desigualdad entre géneros era nuestra herencia feminizada, adoptamos las posturas, el comportamiento y la estética masculinos para alcanzar la libertad, el éxito y el poder del que hemos sido excluidas durante siglos. Esta ¡mPostura con la que cargamos genera incomodidad, malentendidos, frustración, invisibilidad y el temido síndrome de la impostora, y perpetúa además una concepción del poder tóxica basada en estructuras y jerarquías entre opresor y sumiso («o aplastas o te aplastan»).
El liderazgo femenino, practicado cada vez por más mujeres y hombres, ofrece, visualiza y normaliza otras formas de relacionarnos con el poder más sanas e inclusivas. Al señalar y analizar todos aquellos rasgos y cualidades que aún se estigmatizan, ridiculizan y desprecian en la mujer y la feminidad podemos reconciliarnos con lo que somos, darles valor y emplearlos como lo que son: ¡poderío!