Color en las palabras
Llevaba años viviendo una distendida vida en el campo, en un enorme caserón, que conservaba un pozo negro, el cual se veía obligado a vaciar cada cierto número de años, o cuando se llenaba. En su vida los problemas y ansiedades le producían estrés, obligándolo a acudir esporádicamente a las expertas manos y consejos del psiquiatra.
Para cuando el momento del vaciado de la fosa séptica, como era costumbre, llamaría a una empresa especializada. Lo que ignoraba, para su mayúscula sorpresa, era que vería bajar del camión de vaciado a su psiquiatra enfundado en un sucio mono azul. Al parecer, trabajaba durante temporadas ayudando en la pequeña empresa familiar de vaciados de fosas sépticas o desatascos. Tras observar los primeros compases de la apestosa operación, en su condición de cliente y también de paciente, recapacitaría sobre lo diestro que en realidad era su psiquiatra, pues no solo le ayudaba a desprenderse de sus ansiedades y situaciones de estrés, también era capaz de vaciar la porquería que se depositaba en aquel pozo negro de inmundicia. Su psiquiatra era muy competente, y, pese a esas ojeras negras como la noche que le dejaban las anchas gafas protectoras de plástico, el sucio mono de trabajo que cada vez recogía más lamparones y el nauseabundo hedor lanzado al aire tras remover la porquería, el símil quedaba perfecto: aquel extraño tipo era capaz de quitarle cualquier negrura en su vida, daba igual si la del alma o la del pozo negro.