Sobre el amor y sus restos, sobre el diálogo con los días y los horizontes del recuerdo, sobre el valor inexacto de las palabras, sobre el hombre que por él escribe y a su través contempla, se levantan los poemas de «El oficio del hombre que respira». Entiende que la poesía no puede desligarse del diario vivir, al que debe servir y trascender.
Nunca sé si pretendo
o no escribirme,
¿qué tristeza me urge?
Miro el fuego, confundo
el acto de quemar y el hecho de vivir,
el ruido de la lumbre y la memoria.