Pandora
Era improbable, pensaba el joven conde alemán Otto Vogelstein a su llegada a Nueva York, que volviera a cruzarse con la bella señorita Pandora Day, a quien conoció a bordo del buque que los llevaba a ambos rumbo a la ciudad. Pandora no pertenecía a la buena sociedad en la que, sin duda, Vogelstein iba a integrarse en cuanto comenzara su imparable carrera americana. Lo que el conde Otto no podía imaginar era que la Pandora que iba a volver a ver tiempo después, no solo se movería como él entre los más elevados círculos sociales sino que se habría convertido en un espécimen extraordinario, en un nuevo prototipo irresistible de mujer. Otto Vogelstein creía haberlo aprendido todo sobre la sociedad de Washington, pero le quedaba la más importante y cruel de las lecciones.