El suicidio es una cuestión de salud pública de primera magnitud que, sin embargo, permanece oculta a los ojos del ciudadano. Los medios de comunicación ignoran una realidad que provoca más víctimas que los accidentes de tráfico, los gobiernos no aciertan a incluirlo en sus agendas y, en general, se piensa en el suicidio como un acontecimiento excepcional, casi ficticio, como algo que sucede a otros. Pero se trata de una opción esencialmente humana que, cuando se verifica, cae a plomo a nuestro alrededor.
Esta reflexión profunda y rigurosa incorproa las dimensiones política e histórica del enigma del suicidio hasta llegar a hoy. Pérez Jiménez denuncia una incapacidad manifiesta al aproximarse a las afecciones psíquicas, reducidas hoy a un enfoque bioquímico del que se ha apoderado la industria farmacéutica.
El suicidio reabre el debate sobre los límites de la libertad humana, una cuestión que implica asuntos tan polémicos como la eutanasia y la concepción de la muerte digna. Están en juego muchas vidas y el sufrimiento añadido de familiares y allegados a quienes la coraza de secretismo que lo recubre no hace más que añadir un padecimiento inútil.
Es prioritario, pues, enfrentar una cuestión que sí es susceptible de ser tratada, que algunos gobiernos y organismos internacionales urgen ya a plantear como una emergencia.