La obra del jesuita español Francisco Suárez (Granada, 1548- Lisboa, 1617), injustamente marginada, es para muchos la cumbre de la Escuela ibérica de juristas-teólogos de los siglos XVI-XVII y el puente entre la Edad Media y la Modernidad. Este libro se centra en el pensamiento político de Suárez, quien sostiene que el poder político reside originaria y naturalmente en la comunidad, pero ésta puede transferirlo a otro titular. La finalidad del poder político y por tanto la de la acción del gobernante es la realización del bien común; en caso contrario, la resistencia es legítima. Pero Suárez desvincula el origen popular del poder respecto del derecho de resistencia: el hecho de que el poder proceda del pueblo no significa que éste pueda recuperarlo ni limitarlo arbitrariamente una vez transferido. Lo que sí retiene el pueblo es el derecho natural a la legítima defensa y, por lo tanto, la resistencia al tirano.
De este modo, la persecución del bien común en las particulares circunstancias del caso concreto determina en Suárez la aceptación de la resistencia, así como las condiciones, límites y fines de ésta. De aquí que pueda afirmarse que la resistencia a la tiranía supone en Suárez un importante límite fáctico y no institucional al poder político. Si bien el profesor jesuita es un autor complejo y sus tesis están llenas de matices, esta conclusión tiene muy interesantes aplicaciones en nuestro tiempo, marcado por el apogeo y la crisis de la dominación colonial-extractivista de la Modernidad hegemónica occidental. Ésta ha impuesto violentamente su proyecto de racionalidad envuelta en un ropaje que legitima aquella desde unos ideales que no siempre coinciden con sus realizaciones reales. Por otro lado, la actual multiplicación de nuevos dispositivos de control a disposición de poderes cada vez más ubicuos, sutiles y amables nos urge, al abrigo de los grandes clásicos, a reflexionar hoy sobre las posibilidades de la resistencia a la opresión.