Distantes en el tiempo y en el idioma
El contenido de este libro se puede resumir en la aseveración «Cuando alguien lee una obra filosófica traducida, no está leyendo el pensamiento de su autor, sino la interpretación que de él ha hecho su traductor». El afán por evitar el que un autor traducido nos parezca un poco tonto, como dijo Ortega, exige una interpretación previa a la traducción; de manera que, cuando no se hace (adecuadamente) esa interpretación, al autor se le hace caer en redundancias, tautologías o contradicciones. Pero esta interpretación, tiene un efecto bifronte de cara al buen entendimiento del texto final. Pues, por una parte, lo dicho originalmente puede quedar difuminado o diluido cuando no anulado. Y, por otra parte, la misma interpretación puede llevar a la creación en el texto de la lengua término de nuevas calidades tales que den pie a un contexto nuevo. El objeto de este libro no es otro que el análisis de esta tensión. Y tal hecho debe considerarse el reflejo más patente del beneficio intelectual de la traducción filosófica: el presentarnos diversas interpretaciones alternativas de lo expuesto por un filósofo dado. Aunque cuando alguien lee a Aristóteles, Descartes, Hegel, Wittgenstein o Quine, debe tener muy presente que no los lee a ellos, sino las proyecciones interpretativas que de sus pensamientos respectivos han hecho sus traductores.